Roberto Regal experimenta desde hace años, con desigual rentabilidad, prácticas de viticultura ecológica e integrada en sus viñedos de la ribera el Miño en Chantada y O Saviñao. Más de una vez, la conciencia medioambiental le hizo perder la mayor parte de la cosecha en alguna parcela. Esos fracasos no alteraron sus convicciones, aunque ahora vea las cosas desde la perspectiva que solo brinda el paso del tiempo. Quizás por eso defiende la necesidad de avanzar en las prácticas de cultivo integrado. «É a maneira de reducir os tratamentos e ao mesmo tempo seguir comendo», dice con un punto de sorna, pero sin apartarse de la realidad, el enólogo chantadino.
La última vendimia fue especialmente dura para quienes practican una viticultura más ecológica debido a los fuertes ataques de mildiu. Pero tampoco el uso de sistémicos resultó una garantía a la hora de proteger las vides del hongo. En este y en otros problemas que afectan al viñedo, Regal cree que se buscan explicaciones simples a cuestiones que son mucho más complejas. «Morren moitas cepas e cúlpase á armillaria. Pregúntome se non será tamén polos solos que están queimados polo herbicida», sugiere.
El problema es que las prácticas alternativas que propugna la viticultura integrada requieren más horas de trabajo en la viña. Y el coste de la mano de obra, en el supuesto de encontrarla, supone un problema añadido para la competitividad del vino en el mercado. «Todo é máis sinxelo no contexto doutras viticulturas non tan marcadas polo minifundismo e nas que é posible certa mecanización», señala Regal.
Error de partida
Pero si se quiere paliar la aridez del suelo, no queda más remedio que echar mano del laboreo de la tierra, del abonado orgánico y de otras prácticas tradicionales que relegaron los productos químicos. «Pode que nos situásemos mal nun primeiro momento no prezo dos viños. Para afrontar eses custes, haberá que avanzar pouco a pouco cara outro modelo», opina el enólogo.