Mi novia del autobús

isaac pedrouzo CON CHANCLAS

AL SOL

25 jul 2017 . Actualizado a las 18:33 h.

La tarea de ligar entre junio y septiembre es casi imposible. Más si vives justo al lado de los 50 kilos como yo, ese sitio ficticio donde el bañador casi desfavorece, las canillas parece que se van a romper con cualquier movimiento torpe e inofensivo y a tu alrededor solo hay bíceps y tríceps intimidatorios de profesión.

Mi amiga Inés trataba de ponerse a dieta a modo de operación bikini sin, al parecer, mucho éxito. Mi propósito consistía en todo lo contrario: rellenar como fuese el traje de baño. También fallé y mi única baza real para acercarme al contacto con el sexo opuesto era agudizar alguna otra faceta más allá de este -pobre- físico.

Lo conseguí una vez. Aquella vez. En la piscinas públicas a las afueras de la ciudad. Tomé el papel del misterioso, el indescifrable, el que se tumba alejado del ruido de los chapoteos leyendo un libro boca arriba y mirando de reojo por debajo de las gafas de sol por si acaso una de cada mil chicas que pasaban a mi lado reparaba aunque fuese medio segundo en mi presencia. Una se paró. Resulta que leer Milan Kundera es incluso más guay de lo que yo pretendía y aunque la mitad de las páginas me resultaban más difícil de entender que las comparecencias del presidente del gobierno, me esforcé en seguirle a aquella chica la conversación filosófica sobre la vida. Mirándola a los ojos de un modo intenso, tratando de evitar así que mi escaso porte no influyese.

Entre un devenir y otro la invité a un helado que aceptó entusiasmada -nunca os fieis de alguien a quien no le gustan los helados- mientras se reía de todos los chistes que yo había ensayado previamente delante del espejo del baño. Atardeció pasados cinco minutos, o cinco horas, el tiempo es relativo cuando solo piensas en como será el morreo de después. Cogimos el autobús de vuelta al centro. Nos sentamos al fondo donde suelen sentarse los que molan. Utilicé el pequeño salto del primer bache para acercarme al roce físico con disimulo y en el segundo me besó. Noté incluso un poco de saliva. En la última parada desapareció nada más bajar. Volví 3 julios a las piscinas públicas en su busca sin fortuna. Mi novia del autobús que nunca regresó.