A por todas en zumba

inés rey CON SANDALIAS

AL SOL

25 jul 2017 . Actualizado a las 18:33 h.

En vista de mi escaso éxito con la dieta y con la urgencia de meterme en el bañador con faja, he optado por un gimnasio donde tienen un chaleco que da descargas eléctricas y te deja como la Pataky en solo 25 minutos a la semana, sin sudar ni nada. Después de un cuestionario médico que ni la NASA, me declaran no apta. «No das el perfil. Te faltan diez centímetros. A lo alto», puntualiza, «pero me queda un hueco en zumba, ¿no te apetece ir ahí?».

Apúntame ahí, que si pude seguirle el ritmo al pincha de las fiestas del pueblo, malo será que no sobreviva a esta nueva aventura gimnástica. Llego a clase con mi chándal y mi moño, con pinta de venir de rodar un especial de Callejeros, y me veo rodeada de señoras embutidas en mallas fluorescentes y corpiños ajustados, que parece que van a un concurso. Cuando entra la profesora empieza el delirio auditivomusical. Sus gritos rompen la barrera del sonido mientras los cuerpos se mueven pidiendo más gasolina, dale mamita, yo quiero bailar, tú quieres sudar, papito, con el culo de mula, sácale el jugo a la uva. Me sangran los oídos mientras el sargento de hierro del fitnnes sigue gritando: ¡Abajo, abajo, abajo, subimos, subimos, subimos! ¡Patada voladora!

En el segundo «abajo» ya estoy en el suelo. Es lo que tiene medir metroymedio, que enseguida llegas. Empiezo a subir cuando ellas aún están bajando de su gran salto y la patada voladora impacta sin querer en la subida de mi compañera de sesión. «¡La yonqui del chándal nos ha matao a la Manoli!» gritan. Me defiendo: «Yo no soy yonqui, señora. ¿Usted conoce a alguna yonqui gorda?» Fuera de mi clase, mamita.