Cantinas y barberías

A MARIÑA

05 oct 2015 . Actualizado a las 19:10 h.

Son varios los historiadores que señalan a las tabernas como espacio de sociabilidad, a tales se acude voluntariamente y podemos percibir el comportamiento real de la sociedad, sin las formalidades que atenazan la espontaneidad. Son fuente de tradición oral. Ciertas clases dominantes las señalaban como «peligrosos» lugares dónde no pueden controlar el pensamiento de las «gentes». En 1845, las autoridades provinciales de Zaragoza, pretenden cerrar por las noches las tabernas, con la disculpa de atajar los vicios y las ausencias de obligaciones familiares. Frente a esta actitud contra la libertad popular, Thompson en su obra «La formación histórica de la clase obrera» se refiere a las tabernas británicas entre el siglo XVIII y XIX como lugares para la asociación de las clases populares y la cultura, sin olvidar las sociedades secretas. 

   La idea es de Andrés Díaz Ferro, capitán, práctico en los puertos del Estado de la vieja Britonia. «Hagamos un derrotero de viejas cantinas». De inmediato, acuden a mis recuerdos aquellos lugares donde la gente de mar contaba sus peripecias, mientras la chavalería, sentados en el suelo, escuchábamos a quienes eran auténticas leyendas, como Cipriano Ponte. Aquellos establecimientos vendían de todo y eran punto de información para propios y extraños. No puedo por menos que nombrar a los dinamizadores tertulianos de aquellos mostradores. Severino, Cándido, Pallares, «O Repolo», Antonio Rey, Pastor, «Cascarilla», «El Chileno», Lucio, «Concha Rey», «Paulino», Carolina, Remigia, Carmenchu, Josefa y Erundina da pata de pao, A Roza Bella, Rosa y Darío Baltar.      

   Al gran Cunqueiro debemos la descripción del ambiente en aquel Mondoñedo de tazas blancas y vino tinto espeso, el recuerdo de su amigo O Pallarego, barbero y dirigente de rondalla, dónde formaba parte Manuel Calvo, responsable del INP, sanciprianés. Aquellas barberías eran lugar para las tertulias de los hombres, como los hornos del pan, para las mujeres. 

   Bernardino Díaz García, de Trasbar. Aprendió el oficio de barbero con Gerardo. Y así estuvo trabajando en el Miramar de San Ciprián, dónde cortaba el pelo a todas las generaciones, pero sobre todo, hombre de la máxima confianza de Marcelino y Esperanza, a los que ayudaba en la cantina. Bernardino es una fuente de sabiduría popular. Ha escuchado fantásticas historias de mar, de la persecución de las gentes de izquierdas por aquellos falangistas que escribieron una página negra desde El Barquero hasta Luarca.      

Cantinas, barberías y dulcerías, son patrimonio de la humanidad.

(Dedicado a Bernardino de Trasbar).