Se me va un amigo y no quiero ir a verle

ALBERTO GARCÍA, EMPRESARIO DESDE UNA VENTANA DE MI ORDENADOR

A MARIÑA

25 nov 2015 . Actualizado a las 21:00 h.

Hace unas semanas, escribí un artículo relacionado con mis miedos en torno al cáncer y lo destructiva y desestabilizadora, a nivel personal y familiar, de esta terrible plaga, que nos acecha desde las sombras y que nos hace frágiles y vulnerables.

Hoy vuelvo sobre el tema para llorar. Llorar por un amigo que se va. Que se está marchando poco a poco, de forma silenciosa, tranquila, pero se va. Es uno de estos amigos con los que no necesitas tomar cervezas para que sea tu amigo, lo es porque sí, porque desde el primer día que lo conocí y establecimos una relación comercial, me ofreció consejo, confianza y amistad.

Nunca he necesitado que me pidiese nada, nunca le he pedido nada, pero creo que ambos sabemos que podemos pedirnos cosas, más allá de los negocios, y que ambos responderemos de la misma forma.

Se va y nadie puede evitarlo. Ha plantado cara y ha hecho todo lo posible, aún sabiendo que la batalla era dura y el enemigo casi invencible. Y lo ha hecho por los suyos, porque en realidad nuestra vida no es nuestra, sino de todos los que nos rodean, que nos van anclando y haciendo que cada día vivamos un poco más por y para ellos. En el fondo el hecho de saber que otros nos necesitan y sufren por nosotros, es lo que nos hace sentirnos importantes. Todo lo demás es efímero.

No causar dolor

Se va y no quiero ir a verle. No sé si me lo tendrá en cuenta, supongo que no, pero no quiero que sienta que voy a despedirme, no quiero despedirme. Prefiero que pueda pensar que, en uno de mis despistes, me he olvidado de ir a visitarle. La despedida es muy dura para quien se queda, pero es una tortura para quien se va, así que yo no voy a hacer daño a mi amigo. Habrá quien piense que esta es una actitud cobarde, no saber enfrentarse a dolor, etcétera; se trata de lo contrario, se trata de no causar dolor.

Hace unos años mi tío Arcadio falleció después de padecer un cáncer, y yo, su sobrino, no fui a verle al hospital. No creo que se haya enfadado conmigo, y estoy seguro de que mi padre, su hermano, nunca ha cuestionado esta decisión.

Mi amigo se va, y con él la varita mágica que fabricó para mí, para dar solución a situaciones y problemas que se nos planteaban en el quehacer diario de nuestras actividades. Afortunadamente se quedan otros dos amigos, a los que astutamente puso al frente de su centro de soluciones, y les deja una nueva varita para utilizar.

Siento tristeza por mi amigo, por su familia y por mí, y no puedo evitarlo, necesito llorar. Las lágrimas regeneran, evocan recuerdos, lavan nuestro interior y nos dilatan la pupila, lo que nos permite ver las cosas con nuevas perspectivas, valorar lo que tenemos y plantear otras metas.

Si lloras por mi amigo, no olvides porque lo haces, te ayudará a valorar el resto de cosas en su justa medida.