Miguel de Cervantes Saavedra en Britonia

Pablo Mosquera
PABLO MOSQUERA OPINIÓN

A MARIÑA

11 abr 2016 . Actualizado a las 12:48 h.

Abril 2016, el 23 de tal mes primaveral, recordaremos el tránsito al infinito de Miguel de Cervantes Saavedra. El caballero del que queremos, podemos y debemos, celebrar el Cuarto Centenario, nos honra con un apellido materno de inequívocos antecedentes gallegos. No somos Alcalá de Henares, pero esta vieja Britonia en la que siguiendo la estela que traza del gran Cunqueiro, podemos abstraernos en cualquiera de sus mágicos rincones y encontrar personajes dignos sucesores de los que fueron protagonistas de las obras del Manco de Lepanto, que tuvo poca fortuna con su Galatea-1585-, y es a los 58 años cuando triunfa con la primera parte de las venturas y desventuras del «Caballero seco de carnes y enjuto de rostro» que le llevan a escribir sus Novelas Ejemplares, tres años antes de su descanso eterno en el madrileño Convento de las Trinitarias.

Tiene razón mi amigo Vicente Miguez de Celeiro, que coincide con lo que nos contaba otro ilustre Aventado, Juan Queralt, que dedicó su vida al mensaje en pro de los Derechos Humanos a través del Quijote. Vicente afirma con razón que la propia vida de Cervantes es ejemplar y una lección de moral para enseñar actitudes a nuestras nuevas generaciones, hoy más ocupadas con la tecnología que con el humanismo, hasta el punto de haber intentado -algún ignorante aprendiz de malandrín- suprimir la filosofía- que ordena el pensamiento- de los estudios de los nuevos bachilleres.

Para el Cervantes del siglo XVI, el honor, constituye el valor más estimado; que comienza en el padre y se extiende a todos los miembros de la familia, muy en especial a las mujeres, de ahí que no hubiera mayor infamia que aquella que mancillara a hijas, hermanas y esposas, hasta el punto de justificar el ajuste de tales afrentas por medios violentos. Tal conducta choca con cierta enumeración de «virtudes» propias de la época: «La doncella será parca en el hablar, discreta en el mirar, diligente en sus ocupaciones, sumisa y parcialmente inculta, porque la formación se puede convertir en una herramienta de doble filo».

Cervantes fue cautivo en Argel -1575-1580- con cuatro intentos de fuga, dónde no duda en auto inculparse para libar a otros compañeros de miseria. Pero me quedo con ese canto a la libertad, sin duda la más noble de las damas, sin la que no merece la pena vivir y por la que merece la pena morir. En la segunda parte del Quijote -Cap. LVIII- proclama: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos, con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres».

Ojalá y hacemos votos en tal sentido, la vida de Cervantes no sea sólo una efeméride, para ser senda de conductas, principios y sabiduría, de las nuevas generaciones.