Así en la tierra...

RAMÓN PERNAS, PERIODISTA Y ESCRITOR ESCRITOR

A MARIÑA

29 abr 2016 . Actualizado a las 20:17 h.

Como en el cielo, querido Enrique, el clásico, el maestro latino, aseguraba que todas las horas hieren, la última mata. Y he escuchado virtualmente que la Paula, la campana mayor de la catedral de la Asunción, en Mondoñedo, tañía por ti y proclamaba por todo el valle que se había muerto don Enrique, que en ese momento se estaba reuniendo con el Padre, a quien consagró su vida entera.

Huérfanos se quedaron los cartularios, las historias ocultas en los archivos catedralicios. Algún texto medieval se quedó inconcluso, inacabado, sin el punto final que no estaba previsto.

Y una deuda está pendiente de ser cumplimentada. Ya sabe Segundo de la urgencia, sabe que no hemos llegado. Loureiro y yo desearíamos que la cita aplazada tuviera lugar en Mondoñedo para entregarte el último de los premios otorgados. La Academia de San Rosendo, el mismo que cada día inclinaba desde lo alto de la catedral su cabeza de piedra para desearte un agarimoso buenos días, te debe el premio concedido y que nunca te entregamos solemnemente. Va a ser profética la sugerencia que le hiciste a tu hermano Paco, para que guardara el discurso y lo leyera cuando, una vez que tú ya no habitaras estos parajes, y te hiciéramos entrega del premio acordado en Celanova, lo pronunciará en tu nombre. No sabes, Enrique cuanto lo lamento.

Morir en abril es uno de los mas bellos meses para entrar en el Paraíso, Daniel desde el compostelano Pórtico de la Gloria sonríe como nunca ha sonreído aguardando tu llegada, y sabe que por toda la eternidad dormirás junto a don Jaime Cabot, tu viejo y muy querido amigo, un sueño que quedará escrito en el suelo antiguo de tu catedral.

Milagros y yo, que compartimos contigo encuentros fortuitos y visitas concertadas, y que puntualmente recibimos año tras años parabienes epistolares, quedamos un poco más solos, y te echaremos de menos cuando como solemos, visitemos el último día del año, en la tarde de san Silvestre, la vieja y episcopal ciudad a donde acudimos para visitar a la Señora de los Remedios.

Y en tu tumba, al pie de tu lápida rezaremos una oración y dejaremos una flor de invierno que presagie, querido Enrique, con Cunqueiro, mil nuevas primaveras. Que la tierra te sea leve.