El milagro de Don Enrique Cal Pardo

JOSÉ MARÍA RODRÍGUEZ, EXSACERDOTE

A MARIÑA

03 may 2016 . Actualizado a las 17:47 h.

DEnrique Cal Pardo, 63 años en el archivo de la catedral. Unos tras otros, generaciones de archiveros se fueron sucediendo en el cargo antes de él. Y todos ejercieron el cargo sin apenas tocar un solo pergamino en todo ese tiempo. Su ilustre antecesor en el cargo, alérgico al polvo que cubría esos valiosos tesoros, procuró evitar su contacto. Como él mismo reconoció en cierta ocasión: “los pergaminos están tan llenos de polvo que no se les puede tocar, y allí me paso las horas leyendo el periódico Ya”. Ignorados por todos allí dormían los valiosos pergaminos, maltrechos y cubiertos de polvo. Testigos de la historia de la Ciudad y aun de toda la diócesis de Mondoñedo, que nadie hasta ahora se había atrevido a desvelar.

Hasta que llegó don Enrique. Y con él, la recuperación de ese arsenal de historia fosilizada. De ese impenetrable y misterioso tesoro acumulado por el paso de los siglos, que yacía adormecido e inerme en los anaqueles polvorientos de aquel retirado y oscuro rincón. Pero le había llegado su hora. Don Enrique se puso inmediatamente a la faena. Empezó a manejar el plumero, a descubrir, a leer, a interpretar y a transcribir pergaminos. Procedió a elaborar ese inmenso fichero de datos y reseñas que hoy nos conduce directos al armario preciso, al estante apropiado y a la letra adecuada en donde se encuentra guardado el documento concreto.

Horas y horas, días y días y año tras año, toda una vida entregada con esfuerzo, constancia y dedicación a ese fenomenal y sublime objetivo: poner ese fondo documental allí tanto tiempo olvidado, ese depósito de conocimientos de nuestra historia pasada, a nuestra disposición a través de sus publicaciones. Recuperar para Mondoñedo su antiguo estatus de capital de la cultura de nuestra tierra. Poner encima del celemín esa luz de la historia para que alumbre a todos los hombres. Y se produjo el milagro: hacer posible que podamos tener ese arsenal de conocimientos a nuestro cómodo alcance.

De su tan atractiva elegancia y finura, de su humildad y actitud servicial, de su piadosa ejemplaridad y espíritu de trabajo, de todas sus conocidas virtudes, nunca suficientemente ponderadas, otros muchos, con mejor pluma que la mía, ya se ocuparon y se seguirán ocupando. Sólo pretendo poner aquí mi pequeño granito de arena, pues se lo debo, para reconocer y ensalzar su magna obra como archivero, su contribución a la historia. Aplaudir ese prodigioso milagro que posibilita que hoy todos podamos disfrutar en nuestra propia casa de ese gran arsenal de historia, hasta ahora escondido en los recónditos y desconocidos anaqueles de la catedral y hoy puesto por don Enrique al alcance de los investigadores. Ese fue el inestimable regalo que don Enrique nos dejó como herencia.

José María Rodríguez Díaz. Exsacerdote