El día del viajero

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera OPINIÓN

A MARIÑA

03 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde hace siglos, los viajeros descubrían paisajes y paisanajes para luego describirlos en su cuaderno de bitácora. Con el paso del tiempo a tales se les denominó turistas y pasaron a formar parte del sector terciario de la economía. Esos viajes forman parte de la cultura del ocio. Viajar es el antídoto para conductas irracionales, así se pronunciaron Pío Baroja, Cela, Bernard Shaw. Los viajes contribuyen a romper barreras fronterizas y a fomentar el mestizaje.

Aquella colonia de veraneantes de los años 60 encontraron Galicia y un San Ciprián marinero, rodeado por el Cantábrico con toda su fuerza, llamando desde Os Farillóns a quienes querían sentir la emoción de cobrar, con cacea, un róbalo del Escaramelado, o aventurarse entre las rompientes de la Baja o la Sombriza en busca del mejor percebe gallego.

El veraneante lugués, se pasaba el año contando las maravillas de nuestra costa, esa que no venía en los libros -Lugo, para Madrid, no tenía mar-. Y descubrió el Hostal Pablo, al frente del que estaba el mejor pescador de pulpos de la rivera. Paulino y su familia, hicieron méritos para ganar encomiendas a la iniciativa «turística». Desde su comedor que mira a la playa de La Concha, Francisco Rivera Manso escribía las crónicas de unas vacaciones mágicas, y contribuía a exigir equipamientos y servicios para nuestros pueblos -nunca se lo agradecimos suficientemente-, Chema Yuste( Martes y Trece) era un niño que se disfrazaba de «chulapo madrileño», en aquellos bailes de disfraces que organizaba el CIT. Hasta mi padre, todo un Director del Hospital «La Paz» de Madrid, se transformaba en mexicano zapatista, formando grupo con mi madre y mis tíos.

Pero lo mejor era la tertulia del «tostadero», frente a la pequeña y coqueta terraza-aljibe del Miramar, los aperitivos a base de empanadillas de perdices y codornices, servidos por aquel «Séneca mariñano» que era Marcelino Díaz; las películas de Drákula en el cine de Paulino, las partidas de dominó en el Café de Murados, donde Don Marcelino -El Capitón- ejercía cátedra de Tute subastado. Los jóvenes éramos libres, entre el fútbol playero, la pesca submarina, las meriendas, para cortejar, en el souto a orillas del Río Cobo. Los desplazamientos a nuestra querida Vila de Viveiro, a sus fiestas, tomando como punto de partida, «El Cantábrico» de Enrique.

Algunos de aquellos bañistas se asustaron con la llegada de los alumineros. Otros, como Luis Mendaña y Teresa Pardo, optaron por adquirir segunda vivienda. Desgraciadamente, los nuevos directivos del CIT, tardaron demasiado en descubrir que estaban ante los veraneantes más antiguos del orgulloso San Ciprián. Por cierto, sus hijos -gemelos Tino y Luís- escribieron páginas de gloria con los colores del C.D. San Ciprián.