Un milenio de la invasión de San Olaf

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

<span lang= es-es >Los orígenes</span>. Gracias a los escritos cristianos, los documentos árabes y las sagas nórdicas nació la Romería Vikinga, una acertada mezcla de mitos y realidades que dio pie a una fiesta que ha dado fama internacional a Catoira y sus Torres de Oeste.
Los orígenes. Gracias a los escritos cristianos, los documentos árabes y las sagas nórdicas nació la Romería Vikinga, una acertada mezcla de mitos y realidades que dio pie a una fiesta que ha dado fama internacional a Catoira y sus Torres de Oeste. martina miser< / span>

Hoy desembarcan los vikingos en Catoira, como hizo el rey noruego en el año 1014

06 ago 2014 . Actualizado a las 16:24 h.

Las hordas vikingas desembarcarán hoy en Catoira para conmemorar las invasiones de los normandos a tierras arousanas en el medievo. La recreación de aquellas batallas está basada en textos cristianos, árabes y escandinavos que basculan entre la realidad y la ficción, la documentación y la literatura. De ahí que la leyenda se confunda con la historia. Y de ahí también que no sea tan difícil imaginarse hoy, confundido entre los vikingos de pacotilla y las armas de pega, al rey Olaf, uno de los más temibles guerreros que participaron en las invasiones normandas y que luego se convirtió al cristianismo. Fue en el año 1014 y el recuerdo de aquella gesta viene a cuento porque, coincidiendo con la 54 edición de la Romería Vikinga, se cumple un milenio de su presencia en tierras gallegas.

Las incursiones vikingas en busca de los tesoros cristianos, con especial empeño en las reliquias de la catedral de Santiago, se sucedieron entre los siglos VII y XII. La de Olaf fue de las últimas. Cuando ya el obispo Sisnando II había defendido la entrada de la ría de Arousa con la restauración de las torres de A Lanzada, San Sadurniño en Cambados, el mirador de Lobeira y el monasterio de San Cibrán en Cálago -las Torres de Oeste son posteriores-, una horda de vikingos decidió mejorar su estrategia y eligió la desembocadura del río Miño. Fue de las incursiones más sangrientas, hasta tal punto que devastó la catedral de Tui y obligó a su obispo a claudicar en beneficio del obispado de Santiago.

Dicen las crónicas que ese ataque lo dirigió Olaf Haraldson en el año 1014. Y ya entre la realidad y la ficción, hay testimonios que aseguran que en su paso hacia Santiago se decantó por la isla de Cortegada como refugio para él y para sus tropas. Así al menos lo recoge Murguía en sus escritos, que se hacen eco de las proezas del guerrero normando en tierras gallegas hasta que fue vencido por el rey Alfonso V, que lo obligó a regresar a su tierra.

Lo más llamativo de la biografía de este temible pirata es que, con el tiempo, se convirtió al cristianismo y que llegó a ser rey de Noruega, donde predicó su nueva religión, llegando a ser patrono de este país escandinavo. De ahí a la santidad no tuvo más que protagonizar algunos milagros. Uno de ellos fue recogido por las sagas nórdicas, que dicen que, después de muerto, un ciego se encontró con su cadáver en un cobertizo y que, al frotarse los ojos con su sangre, recuperó la vista. Uno de los temibles vikingos que más daño hizo en sus incursiones a Jakobsland -como llamaban a Santiago de Compostela- se convirtió, con el tiempo, en el personaje más importante del cristianismo escandinavo.

Pero no fue la suya la única historia de vikingos en tierras gallegas cuya biografía está salpicada de leyendas y de milagros. También a través de la literatura -en esta ocasión de los sabrosos textos del gran Cunqueiro- se tiene conocimiento de otro hecho extraordinario que tuvo lugar a finales del siglo X. Ante la llegada de una importante flota de vikingos a las costas lucenses, las gentes del lugar se apresuraron a pedir ayuda al obispo Gonzalo, con fama de santo. El eclesiástico cogió su báculo y subió a la cumbre de un monte desde el que se divisaba la llegada de los temidos barcos. Se arrodilló y, mirando al cielo, rezó sus plegarias. Entonces, milagrosamente, las embarcaciones vikingas empezaron a hundirse en el mar, una tras otra. El obispo, con todo, dejó alguna intacta, para que los normandos pudiesen regresar a su tierra y contar tan maravillosa hazaña. La proeza fue reflejada en un fresco de la iglesia de San Martiño de Mondoñedo, aunque está muy deteriorado por el paso de los años.

Puede que lo de San Gonzalo no haya sido más que una tormenta, y puede que Ulf, el Gallego, en realidad no haya acampado nunca en Cortegada. Pero del mismo modo, los vikingos jamás llevaron cuernos en sus cascos ni bebieron la sangre de sus enemigos en cráneos humanos. Y San Olaf pudo ser sanguinario, pero no más que Santiago Matamoros. ¿Y qué más da si por todo ello la magia navega hoy en drakkar hacia Catoira?