Nueve meses después de las nueve olas

Susana Luaña Louzao
susana luaña VILAGARCÍA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

MARTINA MISER

Mujeres que buscan descendencia cumplen este fin de semana con el ritual de A Lanzada

31 ago 2014 . Actualizado a las 14:01 h.

«O mar tamén ten amores, o mar tamén ten muller». La cantiga popular gallega hunde sus raíces en una vieja tradición que tiene su principal escenario en la playa de A Lanzada: la del ritual indicativo de la fecundidad. Como dice el antropólogo Xosé Ramón Mariño Ferro, no se trata de creer que el mar tenga propiedades fecundadoras, sino de echar mano de antiguas reminiscencias que datan ya de la mitología griega, y en concreto, de la diosa Venus. Venus es la concha y la concha es el sexo femenino. La playa tiene forma de concha y el mar, con su fuerza, penetra en la arena, de tal manera que «a escuma ven a ser o semen», indica el profesor. Para completar el atrezo, falta la simbología asociada al número nueve y, en general, a los números impares, que van unidos a tradiciones gallegas. Y ya tenemos el cóctel perfecto para poner en práctica un ritual que muchas mujeres llevan a cabo el último fin de semana de agosto, el baño de las nueve olas que realizan a medianoche para quedarse embarazadas.

No es exclusivo de la playa de A Lanzada. Recuerda Mariño Ferro que antes se celebraba en otros arenales gallegos, «pero foise perdendo e quedou só na Lanzada». Hay quien cree, por error, que el baño se lleva a cabo también en la noche de San Xoán, pero se debe a una confusión entre el rito purificador del agua en esa noche mágica y el fecundador, que solo tiene validez cuando coincide con la romería de Nosa Señora da Lanzada, a finales de agosto.

No es solo la playa, ni el mar ni las olas. Es también la ancestral capilla, las rocas y el enclave mágico en el que se sitúa. Porque las mujeres que buscan descendencia, si son conocedoras de los misterios de A Lanzada, no se conforman con el baño. Van también al acantilado que hay detrás de la capilla y buscan A cuna da santa, una roca con forma de asiento que entronca con las creencias fecundadoras de algunas piedras y en la que se sientan o se acuestan para pronunciar su deseo.

Pero hay otras leyendas asociadas al lugar, como la de barrer tres veces alrededor del retablo de la capilla románica para librarse del mal de ojo.

Las leyendas asociadas al santuario tienen muchas versiones. Algunos curanderos a los que se recurría antaño recomendaban también dar nueve vueltas alrededor de la ermita en el sentido contrario a las agujas del reloj los sábados de luna llena en meses sin erre, ritual más asociado a las posibles propiedades curativas de la santa que al ritual fecundador. La contaminación entre unas y otras creencias dio lugar a cantigas como la que dice: «Levei á miña muller á Lanzada, ás nove ondas; leveina a desinfectar e botar os demos fóra».

Pero en la comarca hay otros enclaves mágicos relacionados con la fecundidad. Está Pontearnelas y la leyenda de los Albertos, que se diferencia de la de A Lanzada en que a este paraje acuden mujeres embarazadas que no logran culminar la gestación. A la criatura que finalmente nace se le pondrá de nombre Alberto en honor al santo que vigila el puente.

Menos conocida es la leyenda de un pino que hay en la isla de Cortegada, frente a las Malveiras, y sobre el que las mujeres daban nueve vueltas con una doble función: la de quedarse embarazadas y la de espantar el mal de ojo.

Nueve vueltas, nueve olas, nueve meses. El número de la persistencia, la generosidad y la capacidad de empuje.

«Estaba anotada para hacer la fecundació asistida, pero...»

La cambadesa Elisabeth y su marido llevaban ya tres años detrás de un hijo que no llegaba. Fue hace once años, y como recuerda ella, «me puse en manos de los médicos y pasé primero por un tratamiento de pastillas, pero tampoco resultó, así que me anoté para la fecundación asistida». Pero mientras esperaba a que le llegase su momento, supo del ritual de las nueve olas. «Me lo dijo una señora de A Coruña, que su hija llevaba ocho años intentándolo y que no se quedaba, y que después del baño se quedó. Me dio por ir a finales de agosto, y aunque mi marido no creía en esas cosas, me acompañó. Fui a las doce de la noche, el 30 de agosto, fui a tomar las nueve olas y el día de la romería volví a la cuna de la virgen; no me pude acostar en ella porque estaba llena de flores, pero sí que me senté, pedí el deseo y me quedé embarazada. No me lo podía creer, hasta que no me servían los pantalones no me convencí».

Ahora Elisabeth recuerda divertida la reacción de su ginecólogo: «Me dijo que menuda lástima, haber pasado seis años estudiando una carrera para que yo me quedase embarazada en A Lanzada».

De aquella aventura nació una niña a la que se le puso por nombre Alba y que ya tiene once años. Pero el ritual fue de lo más eficaz, porque pocos años después, Elisabeth tuvo otra hija. «Yo creo que con mirar a mi marido ya me quedé».