El profesor llegado de la Bretaña que hizo de su morriña un negocio

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

emilio moldes

Dejó Francia para venirse a Galicia y le encanta esta tierra; pero tanto echaba de menos las crepes que ahora las hace y vende

23 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Jeremy Thomas, natural de la Bretaña francesa y afincado en Bueu, podría parecer la típica persona que encadena proyectos con efervescencia, con más rapidez que razón. Podría parecerlo, porque tiene solo 25 años y ya hace un lustro que dejó su país para venirse a Galicia; porque en plena juventud tiene tres frentes laborales abiertos tan distintos como atractivos, ya que es profesor y a la vez cocinero y empresario, y porque tiene también un torrente ideas en la cabeza. Pero, en la distancia corta, Jeremy es todo lo contrario. No hay fuegos de artificio en su charla. Habla con aplomo, con serenidad, explicando con precisión de cirujano su historia tanto en perfecto castellano como en un meritorio gallego. Se nota que tiene las ideas claras. Y que detrás de lo que hace hay, sobre todo, reflexión y horas de trabajo.

Jeremy, que confiesa que es «muy vergonzoso», empieza la entrevista viajando a la Bretaña, la tierra que le vio nacer. Se crio en la ciudad de Lorient, a la que algunas veces ve reflejada en Pontevedra. Ya de niño tuvo contactos con España. Jugaba al fútbol y, en un torneo internacional, vino a competir a Benidorm. No sabe si fue porque de España le gustó «todo, todo» o porque le dieron clase «profesores maravillosos», siempre tuvo interés en estudiar español. De hecho, lo hizo durante años y actualmente su habla es impecable.

Se hizo mayor en la Bretaña y cuando le tocó ir a la universidad eligió estudiar lenguas extranjeras aplicadas al comercio internacional. Le gustó la parte de los idiomas, pero no la relacionada con el aspecto comercial. Así que empezaron a tentarle otras cosas. Se había hecho amigo de varios universitarios vigueses que estudiaban en su facultad con cargo a una beca Erasmus. Y empezó a fantasear con la idea de venirse a Galicia. De repente, se anotó para participar en un programa como lector de francés en España. Pidió dar clases en Vigo. Y le concedieron su deseo. Así que, con veinte años, llegó a la ciudad olívica. Los primeros años trabajó en un instituto de Teis como auxiliar de conversación, donde se encontraba tan a gusto que «un año parecía solo un mes». Pese a su juventud, tuvo que acostumbrarse a que pasasen a llamarle profesor. «Es que es como me llaman alumnos y los compañeros me dicen que al final es más o menos lo que soy, aunque mi oficio es el de lector de francés», indica en ese afán suyo por puntualizar bien toda su trayectoria.

Talleres y actividades

De Vigo se vino a Pontevedra. Estuvo en la Escola Oficial de Idiomas y ahora es lector de francés en el instituto Sánchez Cantón. De su trabajo en las aulas cuenta maravillas. «Es realmente gratificante, me encanta el trato con los alumnos. Además, a mí me toca una parte muy bonita, porque hago talleres y actividades distintas a la parte académica para que ellos practiquen el francés», indica. Dice que, desde los primeros meses en Galicia notó que aquí estaba su sitio. Y que esa sensación la sigue teniendo. «Es que fue una combinación de elementos, yo hice esfuerzos por adaptarme y la gente por acogerme... mejor no pudo ser». Esa adaptabilidad suya, aunque lo cuente poniéndose colorado y con titubeos en la voz por primera vez en la conversación, también tuvo y tiene nombre de mujer. Se llama Nuria y es su novia. De ella dice una frase que lo resume todo: «Es que sin ella nada de lo que soy hoy sería posible». A partir de ahí, cuenta que Nuria le descubrió Bueu, de donde ella es y donde ambos viven ahora. «Era imposible que no me gustase Bueu, es un sitio impresionante», señala. Con Nuria, con un trabajo en las aulas que le apasiona y con Bueu como puerto base, a Jeremy le quedaba poco tiempo para echar de menos Francia. Pero reconoce que sí tiene «morriña» -le llama así él, como si fuese gallego de pura cepa-. «Aunque estés encantado, como estoy yo aquí, no puedes dejar de echar de menos a la familia. Y en mi caso también echaba de menos algunos sabores, como los de las crepes. Porque en la Bretaña es el lugar de Francia donde más tradición hay de las crepes. Y yo siempre tengo en la mente el sabor de las que me hacía y me hace cada vez que vuelvo mi abuela», confiesa. Fue esa morriña de las crepes el cimiento de un negocio. Tal cual.

Después de pensarlo mucho, Jeremy compró una máquina para hacer crepes como las de su abuela. Costaba 500 euros. Reconoce que ese dinero, hace cuatro años, «era mucho» para él. Así que buscó la fórmula de rentabilizar el desembolso. Y probó a vender crepes a los más allegados, en fiestas privadas y demás. Vio que su arte en los fogones funcionaba. Y que el producto triunfaba. Así que se planteó, al lado de Nuria, hacerse con una furgoneta gastronómica, aprovechando que estos turismos están en la cresta de la ola. Dice que tardó meses en decidirse, que estudió cada detalle del transporte al milímetro. Y se nota que es así.

El negocio se llama La Marinière porque su diseño es el de las camisas de rayas bretonas. Hace crepes rellenas de muchas cosas. Pero la especialidad de Jeremy está ligada a una tradición en su tierra; son crepes con caramelo de mantequilla, con un toque dulce y salado a la vez. Dice él que el que las prueba no suele arrepentirse. Las cocinará en directo este verano en festivales, bodas, comuniones y allí donde lo llamen. Lo hará con su camiseta de rayas bretonas, respondiendo con un «graciñas» afrancesado a quien se acerque a su furgoneta.

Es auxiliar de conversación en el instituto Sánchez Cantón y antes lo fue también en Vigo

La Marinière, donde cocina crepes en directo, irá este año a distintos festivales