Un hippy curtido en Ibiza que atrae a los artistas

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

emilio moldes

Por su local, ya cerrado, pasaron muchas figuras de la música gallega; de Carlos Núñez a Susana Seivane

07 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

José Carlos Pereira, Pereira para todos en Ponte Caldelas, seguramente, sea de esas personas que vale más por lo que calla que por lo que cuenta. Su vida daría para un libro. Y eso que no pone fácil la entrevista. Si le dejan, se escabulle de las preguntas con monosílabos. Si se le insiste, algo cuenta. Narra suficientes aventuras como para descubrir que tuvo una existencia, tal y como él define, «moi divertida». De hecho, casi se enfada cuando uno le pregunta en pasado si lo pasó bien a lo largo de su vida: «¿Como que se o pasei ben? Sígoo pasando fenomenal. O meu é andar de carallada», confiesa entre risas. Tiene 67 años, una melena blanca al viento y entró recientemente en la edad dorada de la jubilación. ¿Qué hacía antes de esta etapa? Muchísimas cosas. Pero quizás su faceta más conocida es la de irreverente tabernero. Fundó en los años noventa el Eicho de dar Queridiña de A Insua, en Ponte Caldelas, y por su enxebre local comenzaron a desfilar buena parte de los nombres propios de la música hecha en Galicia; desde Carlos Núñez a Susana Seivane, Cristina Pato y numerosos artistas más. ¿Cómo los atrajo? «Somos amigos, teño moitos amigos», responde él.

José Carlos nació en la misma casa indiana en la que ahora vive. Pero entre su nacimiento y la actualidad recorrió una porción de mundo importante. Cuando era pequeño, se marchó con su madre a Brasil, a Salvador de Bahía, donde residía buena parte de su familia y donde se reunieron con su padre. Fue allí donde estudió y donde descubrió que la fiesta era lo suyo. «Moi ben o pasei», señala. Recuerda el rico sabor de las feixoadas y sus primeros pinitos laborales, en la empresa familiar de venta al por mayor de comestibles. Con 18 años, sus progenitores lo trajeron de vuelta a España. En teoría, venía para Ponte Caldelas. Pero cogió camino en un abrir y cerrar de ojos. Corrían finales de los sesenta y alguien le había dicho que en Palma de Mallorca e Ibiza se respiraban aires de libertad. Así que allá se fue raudo y veloz.

De ronda por Europa

Dice que se convirtió en un hippy «

pero dos de verdade, non como os de agora

». Nunca vivió en una comuna, dice que los que sí lo hacían

«eran xente de cartos, porque para ser hippi así tamén hai que ter cartos»

, pero sí promulgó la paz y el amor libre. Se ganaba la vida donde podía, sobre todo en la hostelería o haciendo pinitos de artesano, como curtidor de cuero. Saltó de Ibiza a Torremolinos, dio un par de vueltas por Europa, con estancias prolongadas en Francia o Suecia, hasta que lo llamaron a filas. Tuvo que meterle tijera a la melena que se había dejado crecer a los 16 años para disgusto de sus padres y presentarse en Plasencia a hacer el servicio militar. No tiene mal recuerdo de esa época:

«Estaba nun comando de accións especiais, non estivo mal

», dice.

Tras el servicio militar, se volvió a Galicia. Pero, de nuevo, no estuvo aquí demasiado tiempo. Si antes se había marchado por tierra, de vuelta de la mili probó a surcar los mares. Se hizo marinero de altura y se enroló en pesqueros que le llevaron a Estados Unidos, Sudáfrica, Angola o Mozambique. Dice que fueron años duros. Por el medio, se casó en dos ocasiones. No tuvo hijos. No lo dice con pena. Casi, con alivio: «Menos mal, os fillos consumen moitas enerxías, condiciónante moito», apostilla.

En los noventa, recaló en Ponte Caldelas. Y decidió que su don de gentes tenía que convertirle en un buen tabernero. Lo fue. Su local se convirtió en clásico. Por allí pasaron buena parte de los rostros conocidos de la música tradicional gallega. Dice que ya ni se acuerda de la cantidad de conciertos que hubo. Le viene a la mente uno de Treixadura u otro de Susana Seivane, de la que es «moi amigo». Hace año y medio, cerró para jubilarse. Ya no es el tabernero que era. Ya no es tampoco el marinero que un día fue. Pero afirma que hay dos cosas de las que no dimite: «Sigo sendo hippi e tamén gaiteiro, claro que son gaiteiro». El sábado le homenajearon. ¿Y qué hubo? «Música», sostiene Pereira.