El día que me miraron como si fuera Brad Pitt

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

Leyendo «Nido de piratas» vienen a la memoria aquellos tiempos de periodismo atrevido

01 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Este verano he leído Nido de piratas, un libro muy divertido en el que se cuenta «la fascinante historia del diario Pueblo (1965-1984)». En los años 70, Pueblo era el periódico más leído de la prensa española y llegó a vender 200.000 ejemplares. En sus páginas escribieron José María García, Arturo Pérez Reverte, Raúl del Pozo, Rosa Villacastín, en fin, lo más granado del periodismo español. El libro está lleno de entretenidas anécdotas como la de Tico Medina disfrazándose de mendigo para poder llegar hasta la primera ministra de la India, Indira Gandhi, hacerse una foto con ella, charlar un ratito y publicar en exclusiva aquella entrevista robada.

Dos años después de cerrar Pueblo, empecé a escribir en La Voz de Galicia y, mientras leía Nido de piratas, he recordado algunas anécdotas de los 80 y los 90 que se parecían a las de aquellos reporteros apasionados por el periodismo y capaces de cualquier cosa con tal de conseguir una entrevista o un reportaje. Recordé, por ejemplo, la noche en que entrevisté a Manolo Escobar en los camerinos de la discoteca Chanteclair mientras se comía un bocadillo de mortadela. Tuve que esperar hasta las dos de la madrugada, Manolo estaba hambriento y recuerdo a uno de sus hermanos, que falleció la semana siguiente, bajando del escenario trastabillándose, a punto de caerse, sin fuerzas.

Más difícil fue conseguir unas palabras de Alejandro Sanz. Fue en la Praza da Quintana compostelana. Durante el concierto, una docena de reporteros lo esperábamos detrás del escenario. Todos eran menores de 30 menos un servidor, que era mayor de 40. Cuando el concierto llegaba a su fin, dos guardias de seguridad empezaron a echar de los soportales a los periodistas. Como me vieron un poco mayor para entrevistar a Alejandro, me preguntaron que si también era periodista, les respondí que no, que trabajaba en uno de los bares. No me echaron y así pude entrevistar en exclusiva para La Voz a Alejandro Sanz, que, por cierto, entre canción y canción, iba a la parte trasera del escenario y se pegaba un lingotazo de Chivas. Estaba un poco perjudicado y la entrevista resultó divertida.

Una experiencia curiosa fue entrevistar a Los del Río en calzoncillos en el despacho del alcalde de Boiro convertido en improvisado camerino de su concierto. En ese momento, eran lo máximo gracias al éxito de su Macarena, que utilizaban para hacer publicidad de las conservas del entonces regidor boirense, pero cambiando lo de Macarena por Rianxeira.

No solo entrevistaba a cantantes. También tuve que hacer acopio de paciencia y un poco de cara dura para conseguir una entrevista con Mario Vargas Llosa. Había quedado con él a las 11 de la mañana en el Hostal dos Reis Católicos de Santiago, pero lo entrevisté cerca de las 11 de la noche en el taxi que lo llevaba de la facultad de Xornalismo al rectorado para cenar con Darío Villanueva. Teníamos muy poco tiempo y su mujer entonces, y ahora, empezó a contarle su tarde de compras por Compostela. El escritor, muy profesional, le pidió silencio y contestó a las preguntas.

Entonces, no aparecían las fotos de los reporteros en los periódicos, nadie nos conocía y así podías disfrazarte de vendedor de pañuelos, de gorrilla o de menesteroso con chándal, barba de cinco días y una tirita en la patilla de las gafas. De esta guisa aparecí en la cola de la Cocina Económica de Santiago un Día del Padre de 1998. No olvido la fecha porque me metí en el papel de tal manera que acabé con un bajón tremendo y llorando tras la comida.

Recuerdo que la monja me echó un cucharón más de alubias porque «se ve que lo necesita usted». Me senté con un grupo de padres solitarios que recordaban el día y se inventaban razones para justificar que no comían ese día con sus hijos. Fue muy duro y muy triste. Aún se me encoge el estómago al recordarlo. Tan duro como la mañana que recorrí varios bancos de Vigo pidiendo un crédito para montar una academia de enseñanza siendo un maestro parado y sin suerte. Me echaron de dos bancos sin escucharme, en otros me atendieron y me despidieron con educación y en el BBV, la señora que escuchó mi historia acabó llorando. Ahí corté el reportaje. No pude más.

En aquel tiempo, años 90, se escribían crónicas que hoy serían impensables. Por ejemplo, cuando me confesé en la Catedral de Santiago, le dije al padre penitencial que iba a misa los jueves en vez de los domingos y se enfadó mucho, le confesé que engañaba a Hacienda y me respondió que no era pecado, que él hacía lo mismo y que a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Ese domingo, sobre una foto de Xoán A. Soler en la que aparecía confesándome, un titular escandaloso: «Engañar a Hacienda no es pecado».

En ese ambiente, una vez me disfracé de cura con clériman. De esa experiencia solo recuerdo el final, cuando entré en un bar a tomarme un café y, por primera y única vez en mi vida, un grupo de chicas me miraron como si yo fuera George Clooney, Brad Pitt o Mario Casas. ¡Qué tiempos aquellos!