El sueño del último tejedor de «patelas»

Bea Costa
bea costa CAMBADOS / LA VOZ

CAMBADOS

Martina Miser

El oficio va camino de la extinción y Enrique tiene una idea para no perderlo: crear una escuela

10 may 2017 . Actualizado a las 08:13 h.

Decir que es el último cesteiro de Galicia puede ser arriesgado. Quizá haya algún anciano, de la generación de su padre, que conserve la pericia y la fuerza para armar una patela de caixón, pero Enrique Táboas no lo conoce. Es más, ni siquiera quedan ya muchos en activo en el resto de España, afirma, y su gran temor es que, con él, se pierda este oficio y la tradición que arrastra consigo. Lleva años llamando a las puertas de diputaciones y de concellos proponiendo la puesta en marcha de una escuela de cestería, pero nadie recoge el guante. «Si, todo o mundo di que é moi boa idea, pero non fan nada, e estamos falando de algo que case non ten gasto», se lamenta.

Entre tanto, Enrique debe conformarse con dar algún curso a título particular, en su casa o como el que organizaron en Cambados para recuperar los viejos oficios, esos que hace medio siglo daban sustento a familias enteras y que los jóvenes de hoy ni siquiera saben que existen. Por eso es tan importante que las autoridades se impliquen en la preservación de este legado, insiste Táboas. «¿Como é posible que no Museo de Pontevedra non haxa unha soa cesta de madeira, co importante que foi este sector nas Rías Baixas? Hai un gran descoñecemento», reflexiona.

Que nadie se confunda con la artesanía de mimbre, esta goza de buena salud. Sin embargo, la cestería de madera está en extinción porque los recipientes que hace tres décadas se utilizaban para traer y llevar las patatas y las sardinas viajan ahora en plástico. «A chegada do plástico, alá polo 1981, matounos». Es más barato y el único material que permiten las autoridades sanitarias para transportar alimentos, aunque, en opinión de Enrique, nada como una cestilla de las suyas para conservar las cerezas o una de sus patelas para que el pescado mantenga todas sus propiedades. «Tamén está prohibido servir o polbo á feira en pratos de madeira, e séguese facendo, pero, claro, ese sector ten moita forza».

Su sueño es poder montar una escuela en la que transmitir a las nuevas generaciones lo que él aprendió de su abuelo, y este, a su vez, del padre de su padre. «Este oficio non se pode aprender cun vídeo ou vendo fotos, ten que explicalo alguén, por iso non podo darlle clases a grupos moi numerosos». Hacer cestos va mucho más allá de trenzar láminas de madera. Enrique Táboas se encarga de todo el proceso, desde el principio. Él localiza la madera adecuada -robles, sauces, castaños, laureles…-, la tala, la corta y la limpia hasta que consigue la materia prima que después cobra infinidad de formas. En la exposición que montó en el salón Peña (Cambados) se pueden ver docenas de modelos de cestos y de patelas que se usaban en las labores del mar y del campo, pero también hay alguna que otra virguería, como una butaca con la que quedó finalista en un concurso en Cataluña, en la que invirtió sesenta horas de trabajo y que no vende por menos de 600 euros; un cesto de pescar que le encargó la reputada artesana Idoia Cuesta, y sencillas paneras de las que le encargan los restaurantes, a 25 euros la pieza. «Isto é un mundo a parte, se me poño a contar non rematamos máis». Táboas no solo sabe trabajar con sus manos; se ha convertido en todo un experto en la materia hasta el punto de que colaboró con el centro de investigación forestal de Lourizán en la realización de una selección y plantación de las variedades de castaño, inmunes a ciertas enfermedades, más apropiadas para la cestería.

Este vecino de A Vichona (Sanxenxo) se reencontró con este oficio hace cosa de ocho años. Él fue una de las muchas víctimas de la crisis y, al quedarse en el paro, decidió retomar aquel trabajo que abandonó a los 26 años, cuando el plástico se cruzó en su camino y tuvo que buscarse la vida como chófer, vendiendo pollos y emigrando a Suiza. Cuando volvió a Galicia se dedicó a sus fincas y a construir pozos de barrena, pero el trabajo se acabó y pensó, ¿por qué no volver a sus cestas? Hoy, a sus 61 años, sobrevive con contratos temporales en el servicio de la recogida de la basura de Sanxenxo y, precisamente esta precariedad laboral, le impide poder dedicarse como quisiera a la artesanía, «porque se cobras a axuda familiar, non podes facturar, son as cousas da burocracia deste país».

Hay otros sinsentidos, añade, como que la artesanía sea competencia de la Consellería de Industria o que se organicen cursos en función de la subvención de turno, sin una planificación que garantice una formación continuada. «Para aprender fai falta un ano». Uno de sus pupilos lleva ya todo el invierno. Quizá le toque a él continuar la tradición.