«Están locos estos cristianos»

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña VILAGARCÍA / LA VOZ

CATOIRA

Los vikingos lidiaron con el AVE, los «selfies» y hasta un dron que sobrevolaba Catoira

02 ago 2015 . Actualizado a las 23:50 h.

Desde que en el siglo VIII empezaron a invadir los territorios cristianos en son de guerra, y desde que hace 55 años lo hacen en la Romaría Vikinga de Catoira en son de fiesta, los nórdicos han visto de todo. Por, eso, aunque ellos lleguen siempre vestidos con pieles y pertrechados con cuernos, armados con mazos y espadas y protegidos con escudos, se han ido adaptando a los cambios que de año en año se fueron encontrando en el entorno de las Torres de Oeste; las únicas que, como ellos, permanecen impasibles. 

A la vez que las modas de los cristianos iban cambiando y los ruidosos coches asaltaron el puente provincial sobre el río Ulla, los vikingos tuvieron que acostumbrarse, primero, a las cámaras de fotos, luego a las de vídeo, y más tarde, a los teléfonos móviles. Haciendo gala de una paciencia que no les caracteriza, aprendieron a posar en actitudes rudas y aguerridas, como se supone que manda la ley, con el tintorro chorreando sus barbas descuidadas y el barro subiéndosele hasta la pantorrilla.

Pero lo de este año todavía no se lo creen. Por si no fuese suficiente encontrarse con un nuevo y llamativo viaducto sobre el río que cruza un tren llamado AVE, los escandinavos se toparon, nada más desembarcar, con los palos de selfies que se confundían con sus espadas y con otro tipo de ave que ellos no conocían y que planeaba sobre sus cuernos: un dron. «¡Mira, que vas saír na tele!», le decía una abuela a su nieto. Y los vikingos, entre posado y posado, entre golpe y golpe, entre trago y trago, pensaban: «Están locos estos cristianos».

Pero hay que ser muy guerrero para ir a Catoira, y los vikingos lo son. Tanto como los miles de romeros que los esperaban, como cada primer domingo de agosto, en las riberas del río hasta el que llegaron los invasores navegando en drakkar.

Hay tribus de todo pelaje; desde el aspirante a nórdico que llega a Catoira con el disfraz comprado en un establecimiento chino, al que se siente bien en la piel de guerrero tras una noche entera metiéndose en el personaje, con todo lo que implica: asistir a la cena vikinga, comer, beber, cantar, tocar y bailar hasta las tantas y luego acudir a la romería con el barro encima, el vino hecho sangre sobre las pieles, las rastas sudorosas, los pendientes, los mazos, las espadas...

No se llevan mal estos con los moteros, que de lo que se trata es de ser bruto y parecerlo. Otros andan más despistados, como los calcos de Pete Doherty con sombrero impoluto incluido que parecían haberse confundido de fiesta y acabar bebiendo el tinto de la Vikinga cuando en realidad buscaban el blanco del Albariño. Por haber, este año hubo hasta tres novias guerreras que decidieron despedir su soltería en Catoira. 

El campo de batalla

Todos ellos conviven en brutal armonía con Troula Animación y Os Galaicos, grupos bravú donde los haya, que lo mismo recorren la ribera del río sobre zancos que tragan fuego o hacen atronar sus tambores. Así hasta que a la una de la tarde llegan los verdaderos vikingos en sus drakkar, desembarcan y reconquistan los conquistado el año anterior; gritos, peleas, cascos, escudos, mazos y cuernos se hacen con el territorio por unas horas; hasta que, exhaustos y tirados en el campo de batalla, los guerreros que lo dieron todo lamen las heridas con el tinto redentor.