Implantados para poder escuchar la vida

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

RIBADUMIA

De izquierda a derecha, Santiago Sánchez, Marta García y Víctor Manuel Besada.
De izquierda a derecha, Santiago Sánchez, Marta García y Víctor Manuel Besada. capotillo

Un aparato, una operación, ayuda del logopeda... Y el fin al aislamiento. Eso vivieron Marta, Santiago y Víctor

22 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Santiago Sánchez, Marta García y Víctor Manuel Besada tienen vidas muy distintas, edades totalmente diferentes y, probablemente, gustos que nada se parecen entre sí. Pero hay tres palabras que los unen y, en parte, los definen: son implantados cocleares. «¿Clocle qué?» Esa es la primera pregunta que suelen hacerles. A pesar de esa palabra tan difícil de pronunciar, es bien sencillo resumir qué significa. Ellos nacieron o se quedaron sordos en algún momento. Probaron con audífonos, tuvieron alguna intervención quirúrgica... Pero el aislamiento seguía instalándose en sus vidas por la falta de audición. Entonces, una operación, en la que les colocaron un implante, seguido de un gran trabajo de rehabilitación para aprender a escuchar con este aparato les devolvió los conciertos, el teatro, las tertulias, la capacidad de trabajar... Es decir, la vida social, familiar y laboral que sus sorderas les robaran. Ahora que escuchan, también quieren ser oídos.

Marta, de Ribadumia, no debería tener demasiados recuerdos de ser sorda. Aunque desde pequeña no oía, le pusieron el implante coclear en plena niñez. Sin embargo, sí que tiene muy presente que, sin aparato, su vida es dura. ¿Por qué? Recientemente, su implante falló -es habitual que tras más de una década haya que renovarlos- y estuvo varios meses sin él, esperando a operarse. «Fue muy difícil, de repente no oía nada. Tuve un bajón, es que no podía hacer nada. Ni charlas con amigos, ni ir a los sitios ni nada. Estaba aislada, ya no tenía una vida normal», recuerda con cara de impotencia.

Los nuevos sueños

Cuenta Marta esa experiencia con desenvoltura. Es cierto que hay alguna palabra, a veces una frase entera, que se le atraviesa. Pero de no ser por el aparato que uno intuye entre su cabello sería difícil imaginar que tiene algún problema grave de audición o lenguaje. Que hable así de bien no es ningún regalo que le haya hecho la vida. Ni siquiera se lo debe a su implante. Marta se ganó a pulso su victoria. Tras la primera operación para ser implantada, cuando era solo una niña, tuvo que aprender a escuchar por ese aparato y a hablar. Logopedia, rehabilitación, un colegio especial... «Tuve que esforzarme mucho», reconoce. Todo para que al fin ahora, a sus 21 años, pueda tener el mismo sueño que el resto de su generación: intentar buscar empleo en lo que le gusta. En su caso, le gustaría trabajar como técnica de laboratorio.

 

A su lado, Víctor, al que llaman Patuco, y es de Pontevedra, la escucha y asiente con la cabeza. Él le dobla la edad. Y tiene algunos problemas más que ella para expresarse. Pero para ello sigue con rehabilitación, con una logopeda especialista en lenguaje. Víctor empezó a tener problemas de audición a los ocho años. «En el colegio no sabían si era que no atendía o que no oía... Y se lo dijeron a mis padres», recuerda con la mirada del niño pícaro que debió ser. Luego vinieron las operaciones que no llevaron a nada, los audífonos que primero valían y luego, al aumentar la sordera, tampoco le permitían escuchar. Hasta que, a los 41 años, le pusieron el implante. Quizás crean que, entonces, el aparato obró el milagro. Pero no. Víctor, Patuco, también se tuvo que ganar una nueva vida. «Cuando te ponen el aparato tienes que volver a aprender a escuchar, como si fueses un niño en la barriga de la madre. Al principio solo oyes ruidos metálicos, ni siquiera reconoces el sonido de las gotas de agua. Tienes que ir al logopeda y poco a poco ir entendiendo ya que tú oyes, pero no entiendes». En esa lucha está Víctor, que acaba de hablar con una frase más que bonita: «Ahora escucho fenomenal, soy feliz».

Santiago, también de Pontevedra, dejó hablar a los dos jóvenes. Y ahora es él quien vuelve a su juventud. A los treinta años, empezó a notar que perdía audición. La sordera le llegó poco a poco. Como el aislamiento, que fue paulatino; tuvo que dejar de ir a conciertos, a conferencias, abandonar las charlas con los amigos en las que se perdía en la conversación. También pasó por alguna operación fracasada, audífonos... Hasta que los implantes le cambiaron la vida.

La Novena Sinfonía

Se reactivó laboralmente, socialmente... Y hasta se marchó de viaje en solitario a Rusia. Bregado en el arte de conferenciante, habla con una claridad pasmosa de las necesidades de las personas sordas. Pero cuando más impacta es cuando se deja llevar por las emociones. «Cuando volví a escuchar la

Novena sinfonía

de Beethoven fue impresionante. Cuando al fin la pude disfrutar, oír cómo sonaba... Fue maravilloso. Recuperé mi vida. Estamos obligados a volver a aprender a escuchar», afirma Santiago.

 

«De día oímos, pero de noche no. Y eso nos hace vulnerables ante un incendio», señalan

El aparato externo que llevan para oír -el implante tiene una parte interna y otra perfectamente visible- Marta, Víctor y Santiago se lo tienen que quitar por las noches. Eso, a veces, tal y como reconocen con ironía, es bueno: «¿Sabes cuando hay tormenta o llueve muchísimo y la gente no logra dormir por el ruido? Nosotros no nos enteramos», dicen los tres con una sonrisa. Más allá de la broma, señalan que el hecho de ser sordos de noche representa muchos peligros. «De día oímos, pero de noche no. Y eso nos hace vulnerables ante un incendio». Santiago cuenta una anécdota que deja claro el riesgo que corren: «Cuando viajé en solitario a Rusia pasé un miedo tremendo en los hoteles. No había alarma de vibración, indispensable para las personas sordas. Si hubiese un incendio nos avisarían por un altavoz, o con sirenas... Yo no me iba a enterar».

De ahí que reivindiquen que haya sistemas de vibración u otros métodos que hagan que la alerta llegue a las personas sordas. También hablan de otro dispositivo, el bucle magnético. ¿Qué hace este aparato? «Lo que consigue es mejorar la señal acústica que llega a los implantados cocleares o a los usuarios de audífonos. Resumiendo, se trata de eliminar el ruido de fondo, los murmullos o interferencias... Lo que sería quitar el sonido ambiente», señala Santiago Sánchez. El problema es que pocos edificios públicos cuentan con este sistema. Y, lo que es peor, en algunos casos sí lo tienen pero no lo activan.

Apuntes de puño y letra

Santiago, que da la batalla por los sordos y las personas que como él tienen un implante para disfrutar de los sonidos de la vida, cuenta con unos apuntes de puño y letra donde, a lo largo de varias páginas, queda claro qué mejoras son necesarias para que las vidas de las personas con dificultades auditivas sean más fáciles. Cualquier político que leyese estas páginas se daría cuenta de que, en realidad, a veces las mejoras apenas son costosas económicamente y son más cosa de la voluntad. Un ejemplo. Habla de los ascensores. ¿Qué ocurre si hay una avería y una persona sorda está dentro? Puede dar la alerta, pero si le responden por un audífono no oirá lo que dicen. Con una cámara, podría leer los labios del interlocutor.