«Blanquita solo pensaba en los que se murieron e iba seguido al cementerio»

Susana Luaña Louzao
susana luaña VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Padín, el arrepentido, y otros amigos de la fallecida fueron testigos del deterioro de quien fue la musa de su generación

07 feb 2016 . Actualizado a las 02:03 h.

Quieren darle el último adiós en el cementerio de Vilanova en el que descansan tantos amigos comunes, pero el entierro de Blanca Bóveda, la musa de la generación perdida de Arousa, está a la espera de que finalice la autopsia que determinará el motivo de su muerte. De momento, el Instituto Anatómico Forense de Pontevedra descarta que haya sido por causas violentas, pero todavía está pendiente de los resultados de las pruebas de toxicología.

Mientras, su fallecimiento obliga a quienes rondan la cincuentena y sobrevivieron a la línea roja de la generación maldita de los 27 a echar la vista atrás para rendir homenaje a Blanquita. «Ella y su amiga Monse eran los bollicaos -recuerda un vecino de Carril-; pero como Blanquita, ninguna. Las dos montaron un bar en As Sinas y Pablo Vioque anduvo mucho tiempo detrás de ella, pero Vioque era una persona fría sin amigos, y cuando conoció a la que iba a ser su mujer, la dejó tirada. Yo creo que Blanquita nunca se recuperó de eso».

Todos coinciden en que era una buena persona. Lo resalta especialmente Manolo Fernández Padín, que no podrá despedirla porque sigue en el destierro madrileño al que le obliga su condición de arrepentido. Solo podrá visitarla en el cementerio cuando venga en el verano, por el Carmen, el mismo camposanto al que la acompañó muchas veces. «Siempre que volvía a Vilanova la veía -recuerda-, e iba con ella al cementerio, porque Blanquita solo pensaba en los que se murieron, en su hermano y en tantos amigos que cayeron por culpa de las drogas, no hablaba de otra cosa».

Él la conoció con 13 años, cuando los padres de ella tenían un bar en frente de As Sinas y la joven bajaba a la playa para compartir tardes de desidia con los amigos. «Entonces todavía estaba limpia, era muy guapa y tenía un físico espectacular, y ya Vioque no salía de allí, pero ella todavía no había caído en las drogas, andaba con la música, Camilo Sexto y esas cosas».

Aunque como dice un amigo de Carril que la recuerda perfectamente, «luego llegó Tierno Galbán y Miguel Ríos, y decían que iban a legalizar las drogas blandas, y ella, como todos, empezó con los porros, hasta que llegó la heroína...». Y nadie les advirtió de los riesgos. «Ibas a la farmacia y no te daban una jeringuilla, así que las tenías por ahí escondidas, las intercambiabas... Luego hubo un cambio de mentalidad e incluso hubo farmacéuticos que preparaban la metadona. ¡Tenía mucho mérito esa gente!».

«No quería salir de ahí»

Para Blanquita ya era tarde. «Estaba cansada y aburrida de vivir -sostiene Padín-. Tuvo una hija con un chico de Vilagarcía que fue su gran amor, no tuvo muchas relaciones más. Ella empezó con los porros, coqueteando, pero pasados los veinte ya había probado de todo y ya no lo dejó nunca. Estaba muy desmejorada y yo cuando estaba con ella la animaba a que se arreglase, y me decía que sí, pero en realidad estaba muy metida y no quería salir de ahí». Él la defiende: «Si no sales de Vilanova, qué vas a hacer, sigues llevando la vida de antes, sin hacer nada en todo el día, sin trabajo... Salir del pozo en esas condiciones es muy complicado».

Con su muerte, quedan cada vez menos. «Está Lucía, que deambula y habla sola por las calles, y un amigo mío que entra y sale de centros de desintoxicación. A alguno no sé cómo le resiste el cuerpo». Y quedan también los que lograron salir. «Pocos, muy pocos, la mayoría no llegó a los 30 años», calcula Padín.