Cómo vender a los rusos «vinos duros como ellos»

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MONICA IRAGO

Trabaja por Internet, exportando caldos españoles a su país. Está encantada con su tierra de adopción

31 ago 2016 . Actualizado a las 09:54 h.

Afirma Natasha Argunova, nacida y criada en los Urales, que hay un dicho en Rusia que dice que en la casa donde hay felicidad huele a empanada -sí, sí, empanada... aunque parece que el plato es algo distinto del nuestro-. Quizás por eso ella pasa con nota uno de los exámenes de galleguidad más complicados que existen: es capaz de cocinar sin necesidad de bucear en receta alguna una buena empanada de xoubas con pan de maíz. Por ahí empieza la charla con ella a pie de la barra callejera de un bar, en plena Festa da Auga de Vilagarcía, la ciudad donde vive. La música suena fuerte y, pese a su impecable castellano, es difícil escuchar su historia. Además, se marcha pronto. Dice que le gusta el jolgorio gallego pero prefiere la quietud del hogar. De hecho, apenas bebe alcohol y, al preguntarle por el vodka ruso, sentencia: «Me tumba, eso me tumba». Además, tiene que trabajar. La conversación se reanuda días más tarde, con ella sentada en una terraza. Ahí sí, con palabras pausadas y sonrisa amplia, se deja preguntar sin problema.

Natasha nació en Los Urales. Al principio, da la sensación de que habla de los montes, y uno se la imagina siendo niña de aldea. Pero nada más lejos de la realidad. «Mi ciudad tiene dos millones de habitantes», explica. Allí se crio, en una urbe donde la economía dependía de la industria armamentística, mientras la Unión Soviética se desmoronaba. Guarda recuerdos del comunismo y de lo que supuso la caída del Muro de Berlín. Recuerda el retrato de Lenin en su uniforme escolar, la disciplina, lo iguales que eran las cosas que tenían todos los compañeros y las colas para comprar cosas como electrodomésticos. «Recuerdo que mi madre, si podía comprar zapatos, compraba para muchos años, por si acaso después no había», señala. Y sus ojos, que mantiene todo el tiempo muy abiertos, se tornan emocionados cuando se acuerda de un tren. «Recuerdo un trenecito de juguete que me trajo mi padre de un viaje... Fue increíble. Yo tenía juguetes, claro que sí, pero eran cosas muy sencillas... Y aquello, aquello fue increíble», señala Natasha Argunova.

A España y Bangladés

Ya con el Muro caído y llegada la apertura, a los 16 años, se fue a vivir sola. Sus padres se mudaron de casa y ella se quedó en la antigua vivienda familiar. «Allí es así, no sorprende que uno se quede solo tan pronto», comenta. Estudió Derecho y Economía, se fue a vivir a Moscú y el destino, ese en el que ella cree tanto, quiso que un día cayese en sus manos un folleto turístico de España. Se enamoró de todo lo que vio. De las playas, de los monumentos, de las calles de Madrid y Barcelona... Y hasta se enamoró de un español. Acabó viniendo a Madrid y empezó a estudiar castellano. Venía ya de una Rusia sin comunismo, pero se quedó boquiabierta con el consumismo español: «Me sorprendió muchísimo todo lo que se compraba aquí... Era todo como muy a lo grande comparado con Rusia».

Cuando empezaba a hacerse con su tierra de adopción, dio otro salto al vacío. Se fue a vivir a un pueblo de Bangladés, al sur de Asia. Al preguntarle por la experiencia, su sonrisa se amplía: «Si aquí llamo la atención como extranjera -lo dice justo después de que en la terraza una mujer le pida disculpas por gritar en voz alta que los inmigrantes deben irse ya a su tierra y darse cuenta luego de que ella estaba presente- imagínate allí... Era un acontecimiento salir a la calle. No te lo creerás, pero la gente me veía rubia y con ojos azules y me sacaban fotos. Era algo impresionante. Se quedaban alucinados al verme», explica. De aquel lugar le sorprendió el contraste entre las grandes fortunas y la miseria. Dice que tuvo que ver casi todo desde la ventanilla del coche. Pero que le sirvió para conocer un mundo distinto.

«Esto me encanta»

El destino, de nuevo, la acabó trayendo a Galicia. Concretamente, a Vilagarcía, de donde es su pareja. En la capital arousana vive desde hace año y medio. Desde entonces trabaja como comercial para una firma vasca, como una especie de freelance, vendiendo vino a su país. ¿Les gustan los caldos españoles a los rusos? «Claro que sí, en España hay vinos que son muy fuertes y duros, como ellos. Yo comparo el carácter de algunos vinos de aquí con el que tiene el puro ruso», señala. Comercializa Ribera del Duero o Jerez. No tiene en su cartera ningún caldo gallego todavía. «Ojalá también pudiese venderles el vino gallego y Galicia, porque en Los Urales no saben nada de nosotros. Yo cuando hablo de Galicia me preguntan si es un país distinto a España», cuenta mientras reconoce que a ella la tiene atrapada la gastronomía, el paisaje y el paisanaje gallego.

Eso sí, ralentizando un poco más una conversación ya de por sí pausada, calmosa como el sol del mediodía que este verano no parece irse, reconoce: «Claro que echo de menos a la familia... Voy a verlos bastante, pero los echo mucho de menos». Habla entonces de su abuela. O de su madre. Y recuerda que cada vez que hay una tragedia en Europa creen que ella está en medio. «Supongo que es normal, se preocupan por mí», dice. Son muy «riquiñas» añade como preguntando si usó bien la palabra esta rusa que es ya es una gallega en toda regla.