Un hombre tranquilo para tiempos acelerados

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MARTINA MISER

El presidente de la asociación de la plaza de abastos de Vilagarcía, Juan Carlos López, elabora un plato de los de antes; de esos que exigen paciencia y tiempo y productos del mercado

12 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«¿Non che pasa que estás en Nadal e, de repente, xa estás no entroido?». Juan Carlos López hace la pregunta y luego, inclinándose un poco, la contesta. «Iso é que imos demasiado acelerados, demasiado ás presas. E cando vaiamos morrer, darémonos de conta de que non vivimos nada». No le falta razón al presidente de la asociación de la plaza de abastos de Vilagarcía: hoy en día engullimos la vida sin saborearla. Sin masticarla. Y la vida se merece más que eso. Se merece que le dediquemos un poco de atención a los pequeños detalles. Que nos decidamos a vivirla con la misma decisión con la que Juan Carlos prepara una empanada de millo con relleno de berberechos.

Este es el plato de los mil secretos. Porque para hacerlo hay que saber escoger las harinas que se van a usar. Hay que saber escaldarlas con agua caliente. Hay que saber amasarlas y adornar el pan que de ellas nace con un buen relleno. Y todo a su ritmo. A ese ritmo pausado, sereno, al que se movía el mundo hace no tanto tiempo. Ese mundo que Juan Carlos rastrea en su infancia y en las fotos viejas de Vilagarcía, que mira con deleite siempre que puede. «Mira que era bonita esta cidade... Eu recordo os cines, os edificios antigos, e non queda practicamente nada de todo iso. Acabamos con todo», reflexiona en voz alta. De vuelta en la infancia, Juan Carlos visita la plaza de Vilagarcía, a la que iba de vez en cuando acompañando a su madre. «Vías xente por todos os lados, actividade, barullo», cuenta.

Y ahora, sin embargo, la plaza vive largas jornadas de soledad y vacío. A excepción de los martes y los sábados, cuando recupera parte del esplendor perdido, el mercado es a sombra de lo que un día fue. Juan Carlos lleva siete años trabajando en este recinto en el que cada puesto es un milagro, el fruto de un trabajo constante, de una pelea diaria por mantenerse a flote. «Este é un negocio con moitos altibaixos. Hai meses que non vendes nada, e hai outros que van bastante ben», dice. Habla con ese tono de voz calmado, mesurado, de quien no tiene miedo a trabajar para vivir, que no es lo mismo que vivir para trabajar. Empezó a hacerlo muy joven. «Casei con 22 anos, un 21 de decembro. E o 10 de xaneiro marchei para Suiza», cuenta. Allí trabajó en restaurantes, hospitales, en comercios. Luego, en a mediados de los noventa, volvió a Vilagarcía. Acababa de tener un hijo y quería que creciese aquí.

Arrepentirse no suele ser algo que hagan las personas que aman la vida. Así que Juan Carlos no se arrepiente de los años que pasó fuera. «Botamos oito anos alá. Foron duros pero... Agora temos o noso piso e non temos hipoteca», relata. Y sabe que, solo por eso, es afortunado. De vuelta en España, Juan Carlos siguió «facendo de todo. Traballei tanto na construción como de xardineiro», comenta con orgullo. Hasta que un día alguien le comentó que la señora del puesto de congelados de la plaza se jubilaba. Y decidió probar.

Juan Carlos tampoco desandaría el camino que lo llevó a la plaza. De hecho, a estas alturas está al frente de la asociación de vendedores del mercado. Un colectivo de intereses dispares y gente peleona. El puesto, dice, «non é fácil». «Ás veces opto por oír e calar, e deixar que a xente se calme un pouco», explica. Y es que ni los nervios, ni los enfados, ni los gritos, ayudan a avanzar, a mejorar el servicio, a convertir el mercado en ese foco de actividad y vida que sigue siendo en otras ciudades, algunas -como Santiago de Compostela- no tan lejanas.

«Nós non nos rendemos, seguimos facendo cousas para conseguilo», explica López. Campañas de fidelización de los clientes, sorteos, premios... Y las obras, claro, con las que se pretende convertir el viejo mercado construido en 1929 en la lanzadera del comercio de proximidad del siglo XXI. Juan Carlos reconoce que «as obras son moi importantes, hai que modernizar as instalacións, pero teñen que facerse con sentido, que sexan fáciles de manter». Además de disfrutar de un mercado hermoso -en esa metamorfosis está el edificio-, cree el presidente de la asociación de vendedores de la plaza que «hai que darlle facilidades» a unos clientes que andan cada vez con más prisas. Facilidades, eso sí, que no desvirtúen el carácter de la plaza como referente de productos frescos y de calidad. Abrir por las tardes, ese vieja idea que cíclicamente asoma, resulta incompatible con el ritmo del mercado: los peixeiros tienen que ir a las lonjas a por suministros; las agricultoras, a las leiras en las que cultivan lechugas y tomates. Y eso es algo que ni siquiera el ritmo de la modernidad puede cambiar.