Casandra

Maxi Olariaga LA MARAÑA

BARBANZA

08 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Ay pena, penita, pena! Cantaba Lola de España en los teatros, en los tablaos y, creo yo, hasta en la ducha. Pena de mi corasssón, con esa ese sibilante que partía el alma. Cantaba Lola y, como Casandra, profetizaba. Según van pasando los años y se suceden los desastres y los días turbulentos en los que vivimos, más me parece que nuestros ascendientes significados no hicieron otra cosa en su tiempo que profetizar lo que pasaría en el nuestro. ¡Ay pena, penita, pena! Clamaba Lola Flores adivinando los baúles que arrastraba el futuro al apearse en la estación del presente. Casandra, la bella troyana, tenía el don de la profecía pero Apolo el dios solar, la condenó a no ser creída nunca. Todo por no acceder la honesta Casandra a un revolcón con él sobre las mullidas nubes del Olimpo.

A día de hoy he caído en la cuenta de que la maldición se perpetúa de tal modo que aquellos de entre nosotros que nacen para profetizar, no son ni serán creídos jamás por esta humanidad doliente que, dando tumbos, va de acá para allá errante y sin futuro. ¿Cuántas veces y cuántos humanos nos advirtieron de los malos tiempos que habríamos de vivir salvo que rectificáramos? Ni caso. Nosotros a lo nuestro que para eso somos los más listos de la clase, los más guapos del barrio y los más envidiados de la ciudad. Y así pasa lo que pasa. Los historiadores escriben sobre el pasado dejándonos por el camino miles de pistas para conocer el futuro. Pues nada. Tercos y brutos seguimos por la misma senda que siguieron las ratas de Hamelín. El precipicio. Y el flautista a lo suyo. Tocar la flauta y contar cadáveres. ¡Ay pena, penita, pena!.