La sangrienta historia de Fabio

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

09 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Quizás solo soy un imbécil inmaduro y necesitado de épica por escribir esto. La semana pasada me conmovió una noticia con reminiscencias de tragedia shakesperiana: un italiano llamado Italo arrolló mortalmente con su coche a una mujer llamada Roberta Smargiassi. Tras el accidente, la investigación concluyó sin consecuencias legales para Italo. Según el letrado, Italo no mostró nunca arrepentimiento, se exhibía ufano ante el marido de Roberta, Fabio Di Lello, y se burlaba de él acelerando una moto al verlo en el pueblo. Turbado por la muerte de su mujer y encolerizado por las mofas y la absolución de Italo, Fabio escribió en Facebook «¿dónde está la justicia? Tal vez la hay…», subió una foto de la película Gladiator (con Máximo Décimo Meridio en el campo de trigo donde se reúne con su familia), consiguió una pistola, mató de tres tiros a Italo, dejó el arma sobre la tumba de su esposa y se entregó.

Y, por mucha fe que yo tenga en la racionalidad o en el estado de derecho, no puedo evitar entender a Fabio. Burlarse del cónyuge de la persona a la que has matado es un acto inhumano, de bestias. Fabio, víctima de la ternura, le aplicó a Italo la justicia de las bestias y, aunque nunca acalle la maraña de tristeza que le rasga las tripas, al menos entró a caballo, decidido, en el horizonte de su propia ruina, mientras la mayoría de los hombres asistimos a él como pálidos invitados.

En la mitología nórdica el dios de la justicia y de la venganza es el mismo: Vidar, hijo de Odín, y Fabio camina bajo la tormenta esperando el abrazo del rayo.