Antonio Patiño, zapatero

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

23 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Fui a tomar algo al bar Plaza y allí estaba el doctor Genaro Gutiérrez, que no me deja pagar una ronda ni cuando le miento diciendo que es mi cumpleaños. Me invitó a sentarme en su mesa, donde estaba con dos amigos, Domingo Careyou y Antonio Patiño. El doctor me presenta: «Este é Emilio Sanmamed». «Ah, el escritor», respondió Patiño. Pero yo no soy ningún escritor, ante él soy el niño que tantas veces acompañé a mi madre a su zapatería, aunque no me recuerde. Da igual lo que le llevásemos, botín, bota de media caña o náutico, mi madre le decía: «Patiño, me mirarás esto». Entonces entrecerraba solemnemente un ojo y radiografiaba el problema, en milisegundos te daba un diagnóstico y fecha de curación. «Vuelve para el viernes». El viernes tenías el producto mejor que nuevo.

Y yo, como niño torpón que era, lo admiraba secretamente por su armoniosa habilidad, hasta el extremo de creer que había un punto de magia en su artesanía, alguna alquimia en su hacer meticuloso y sencillo que transformaba el cuero en milagro. Sus dedos son un inquieto enjambre de alfileres que conservan la esencia de esos (olvidados) tiempos en que aún se reparaban las cosas. En los días en que no todo era de usar y tirar y lo pequeño tenía valor, detrás de los pasos que dimos, estaba Patiño.

Al revés que los futbolistas, al jubilarse descolgó las botas de la pared de su zapatería en Bandourrío, y, desde ese día, los ribeirenses seguimos caminando hacia nuestro destino, pero caminamos peor.

Ah, disculpen mi error, el apropiado título para este artículo sería: Antonio Patiño, artista.