Estúpidas fábulas de damas y caballeros

Antón Parada

BARBANZA

09 mar 2017 . Actualizado a las 05:05 h.

He de reconocer que dudé muchísimo sobre a qué dedicar las siguientes líneas, por si caía en la saturación de mensajes y proclamas del 8 de marzo. Luego recordé cómo son las jornadas del Día de... y lo rápido que se evaporan sus consignas, una vez el reloj marca la medianoche. Porque, y lo digo empapando de tristeza cada letra, no confío en que hoy hayamos amanecido con la noticia de una reforma laboral nacional, que garantice sin trampas la igualdad salarial entre hombres y mujeres o que permita a las amas de casa disponer de una cotización que se plasme en algún tipo de jubilación, tampoco de una ley que haya prohibido la repugnante acepción que simboliza el término de ama de casa. En ese supuesto, tienen mi autorización para hacer trizas esta crónica y lanzarla cual confeti para festejar en condiciones el Día Internacional de la Mujer. Mientras, no hay nada que celebrar.

Por desgracia, sé que habrá hombres -y por raro que parezca, hasta mujeres- que murmurarán que de qué me quejo, que la sociedad ha avanzado muchísimo y que me he quedado atrapado en un discurso propio del siglo  XIX. Como el propio significado del feminismo, creo que el mejor instrumento que poseo para ejemplificar este agravio se trata de una balanza. A un lado de esta tenemos el clásico «tío, si entran gratis en las discotecas» y al otro opuesto de una barra, está una joven obligada a llevar un escote del mismo tamaño que el cúmulo de babosadas que deberá aguantar durante una jornada nocturna mal pagada.

En una de las bandejas tenemos el «ha conseguido el trabajo porque está cachonda» y en la otra a una jauría de varones (casi lo escribo con be, disculpen) que han sido contratados por encima de sus homólogas femeninas, porque no existe la futura amenaza de que vayan a cometer el embarazoso crimen de quedarse embarazados. En uno de los platos que cuelgan de la cadena tenemos el «qué guarra, mira cómo se viste para salir por la televisión» y en el mismo plató tenemos al tronista que se quita la camiseta en antena, entre aplausos y rebuznos.

No puedo finalizar esta diatriba sin añadir mi frase favorita, de reciente acuñación liberal: «Pero si la presidenta del banco Santander es una mujer». Ya, y si acaban derogando la ley sálica, una princesa terminará por convertirse en jefa del Estado. Es curioso que dos de los grandes puestos laborales para las mujeres de este país tengan que llegar, como cantó el poeta valenciano de las Rayban, por «vía vaginal». Quizás todo esto de la igualdad entre sexos en España no sea más que una fábula de caballeros andantes y doncellas. La moraleja es que ellas no necesitan ser rescatadas, sino respetadas. Fin del cuento.