Oro

Maxi Olariaga LA MARAÑA

BARBANZA

22 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo advertía el Nazareno: «Donde está tu tesoro, allí está tu corazón». No está la humanidad para otra cosa que no sea atender a sus necesidades importándole poco las carencias ajenas. En las esquinas, en los lúgubres rincones de los cuatro puntos cardinales, se amontonan millones de personas acosadas por el hambre, la peste, la guerra y la muerte. No hay agua que calme su sed ni está dispuesto el opulento occidente a ceder una fuente, tal vez unas docenas de tinajas, para refrescar la angustia de los abandonados.

Vagan bajo el sol y las estrellas gentes de toda condición buscando el lado dulce del arco iris perdido y se estrellan contra el espejo cóncavo que les devuelve su propia imagen distorsionada por la agonía de vivir. Los banqueros se frotan las manos y con ellas golpean la espalda de un patán arrogante al que han colocado en la cima del mundo para que les sirva zumo de dólares en copas de oro. El mundo gira como siempre sobre su eje y se traslada por la autopista del cielo con aparente indiferencia. «Pero, aquí abajo, abajo -como decía Benedetti- el hambre disponible, recurre al fruto amargo de lo que otros deciden».

El oro baja dando tumbos y se refina llevado por el río de la vida. Como los viejos colonos de la Ciudad sin Nombre, es recogido del modo más primitivo y guardado bajo siete llaves de modo que nadie que no tenga la marca de la iniquidad, pueda acceder a él. El rubio zafio de la Casa Blanca se refocila entre misiles y amenazas, apalea a los desheredados y presume de sus peligrosas amistades. ¡Qué estúpido! Un refrán de la España profunda, dice: Un asno cargado de oro, no por eso deja de rebuznar.