La modernidad llegó a la aldea boirense sin adulterar su esencia

Patricia Calveiro Iglesias
P. Calveiro BOIRO / LA VOZ

BARBANZA

Los vecinos solo piden un parque infantil y contenedores en la parte alta, además de una marquesina en la que no entre el agua

23 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Quedan pocas aldeas en donde las puertas de las casas sigan abiertas, en las que las chimeneas impregnen el ambiente de ese olor característico a leña y a comida casera desde por la mañana. Ya no hay muchos lugares en los que el vandalismo no haga acto de presencia. Se echan en falta en la zona rural los núcleos que conservan su esencia, que al pisarlos se detenga el tiempo y remitan al visitante a su infancia, a la casa de sus abuelos, a las largas tardes de verano jugando a la pelota en la calles. Moimenta, en la parroquia boirense de Macenda, es una de esas excepciones que confirma la regla, una aldea a la que llegó la modernidad sin adulterar su esencia.

Nerón es el perro guardián que vigila la entrada de extraños a la parte alta de Moimenta que se esconde tras la carretera general, un lugar en el que todos se conocen y que ha visto cómo la población iba creciendo en los últimos años, en lugar de disminuir como en la mayor parte de las aldeas. El dueño del can, Constantino, explica que es frecuente que hagan parada en el núcleo muchas personas de paso a la calzada romana o a coger agua de la fuente, incluso expresamente desde Noia o Boiro. «Leva aí toda a vida, coma o lavadoiro, aínda que agora só o usan un par de persoas», apunta.

Aunque la construcción se ha renovado con pilares de piedra y un tejado de madera que le confieren un aspecto lustroso, la falta de limpieza y de uso han hecho que el verdín se extienda, dentro de la bañera y a su alrededor. «Antes viñan máis a limpalo», indica el vecino, quien reconoce, sin embargo, lo acertado de instalar nueva iluminación y firme.

Demandas

En realidad, son pocas las reclamaciones que tienen los residentes de una zona en la que los caminos empedrados invitan a perderse entre sus callejuelas, con el ancho suficiente para el paso de ambulancias, la furgoneta del pan o el camión del butano. Pensando en los más pequeños del lugar, Manuela y Ana, madre e hija, señalan que se echa en falta un parque infantil en la zona alta. Solo hay uno junto a la iglesia, y «a praza do centro social ten espazo para un par de xogos», apuntan. «E a marquesiña, onde esperan os rapaces o bus, é de chiste. Cando chove éntralle a auga toda», añaden, problema que el Concello se ha comprometido a solucionar.

Eso sí, la dependencia del coche es casi absoluta, indican los vecinos. «Antes pasaban máis buses, pero agora pásache un pola mañá e outro á tarde, o que che obriga moitas veces a coller un taxi para ir a calquera sitio». Quitando estos pequeños inconvenientes, y la inexistencia de contenedores en la aldea, la tranquilidad y cordialidad que allí se respira es impagable. Invita a volver, aunque solo sea para beber su agua y respirar un poco de la esencia que desprende el lugar.