Guerra nuclear

BARBANZA

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12 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace dos años y medio, una señora bromeaba conmigo sobre el fin del mundo, había un virus en China por una sopa de murciélago y nos daba la risa. La volví a ver esta semana, hablamos del fin del mundo, pero ya no nos hacía gracia. En este escenario de videojuego trasnochado que nos está quedando todo, parece posible. Todo lo malo, claro. Una guerra, que como siempre será por motivos económicos oscuros, nos devuelve a 1945. A refugiados, a crímenes, al pavor del hongo en el cielo y a las pelis de zombis que alquilamos en el videoclub, que también parecen de 1945.

Hay un párrafo de Orwell en su ensayo El león y el unicornio que dice: «Mientras escribo esto, hay seres humanos altamente civilizados volando sobre mí e intentando matarme. No sienten ninguna enemistad contra mí como individuo, ni yo contra ellos. Solo cumplen con su deber, como dice el refrán. La mayoría de ellos, no lo dudo, son hombres de buen corazón, respetuosos de la ley que jamás soñarían con cometer un asesinato en su vida privada. Por otra parte, si uno de ellos consigue hacerme volar en pedazos con una bomba bien colocada, nunca dormirá mal por ello. Está sirviendo a su país, que tiene el poder de absolverlo del mal».

Alguien está matando a otro alguien y no sentirá ni culpa, lo verá como madrugar para ir al trabajo: un mal necesario. Fichar, disparar, comer, disparar, dormir. La fría rutina del hombre moderno aplicada a la matanza, la misma desgana. Pase lo que pase, hay una constante para tiempos de guerra y de paz: sé la persona que necesita tu familia. Nada más.