Querido Elon, te escribo esto porque sé que podrás soportarlo, aunque sean las tres palabras que más duelen a quien antaño fue guay: tú antes molabas. ¿Antes, cuándo? Te preguntarás. Pues antes, cuando querías ir a Marte, antes de tu obsesión por las redes sociales. ¿No crees que hemos abandonado demasiado nuestra identidad real para sobrealimentar a nuestra insaciable identidad digital? Los likes son los cantos de sirena de una industria destinada a distraernos de vivir.
Elon, amigo, me gustaría que mi generación pudiera ser testigo del primer viaje interplanetario, y que la generación de mis hijos pudiese llegar a plantearse un trayecto interestelar. Si fuésemos capaces de emplear un bus de Arriva para viajar a la estrella más cercana al Sol, Próxima Centauri, tardaríamos en llegar más años que granos de arroz hay en todos los paquetes del Gadis de Galicia. Lo he calculado, Elon. Y aunque llevo una vida sana no creo que me dé tiempo a verlo.
Ya sé que hay quien te dirá que habiendo tantos problemas en la Tierra, ¿para qué queremos ir al espacio? Pero imagina que los primeros homínidos que habitaron una cueva decidieran no salir de ella porque en la cueva aún había problemas que resolver. A estas alturas seríamos la alegre gente del subsuelo. Y no, Elon, somos hombres, solo somos felices contemplando un mapa, trazando una ruta, persiguiendo horizontes. Yo no, que tengo ansiedad en cuanto voy más allá de Escarabote, pero me niego a rechazar el sueño del espacio. Elon, no hagas como Casandra, aquella novia vidente que me dejó antes de conocerme.