Stefanía Montagna, la «coach» que dejó la ONU y Google para emprender en Carnota

Laura Ríos
Laura Ríos RIBEIRA / LA VOZ

CARNOTA

Montagna suele pasear por parajes del municipio costero como el mirador de Bico do Santo.
Montagna suele pasear por parajes del municipio costero como el mirador de Bico do Santo. Sam Ponsford

La italiana, afincada en el término desde hace un par de años, se dedica a dar talleres de autoconocimiento

25 feb 2024 . Actualizado a las 19:45 h.

El éxito es un concepto muy relativo. Para algunos, el llegar lejos en la vida tiene que ver con percibir un salario alto y poder permitirse disfrutar de una gran casa con un buen coche en el garaje. Para otros, sin embargo, la felicidad está en las pequeñas cosas, pero sobre todo en una: estar tranquilo.

Es fácil decir que lo mejor para estar bien es dejar un trabajo tóxico en el que uno siente que le cortan las alas, pero muy difícil llevar a cabo la hazaña. Una de esas personas que sí se atrevió a dar el paso es Stefanía Montagna (Milán, 1984), una italiana afincada en Carnota a la que no le ha temblado el pulso a la hora de dar un giro de 180 grados a su vida. Aunque parezca mentira, el devenir de la barbanzana de adopción podría resumirse en querer mirar más allá de las montañas que rodeaban el Valle de Aosta, su región natal: «Siempre pensé que el mundo estaba al otro lado».

Sus primeros pasos muy lejos del hogar fueron sobre las tierras del estado de Pensilvania, cuando con 16 años hizo un intercambio en el que vivió durante 12 meses con una familia estadounidense. «Aquella experiencia me sirvió para entender que todo lo que creía saber del mundo era relativo». Desde ahí se marcó dos objetivos: viajar lo máximo posible y ganarse el pan creando. Para ello, escogió el grado de Relaciones Internacionales.

Un currículo único

La italiana no se conformó con eso, sino que hizo un Erasmus en Noruega y una estancia en Francia durante sus estudios: «Mientras estaba allí me ofrecieron ir de prácticas a cualquier parte del mundo y escogí Venezuela porque tenía amigos de allá y quería aprender a bailar como ellos». Entre danza y danza vital, Montagna aprendió cinco idiomas, los mismos que un tiempo después le abrieron las puertas de la ONU. Después de otro período como becaria en Ginebra fue destinada a Benín, la capital del estado de Edo, al sur de Nigeria.

Vestida de rosa, Stefanía comparte una tarde de playa con su hermana gemela, Virginia. La foto fue tomada en la Toscana.
Vestida de rosa, Stefanía comparte una tarde de playa con su hermana gemela, Virginia. La foto fue tomada en la Toscana.
 

Allí, su función fue la de involucrarse en un proyecto para la reducción de la pobreza y la inclusión de las mujeres. Concretamente, ella se dedicaba a asesorar a los miembros del gobierno sobre cómo empoderar a la juventud y explotar el talento femenino fomentando la igualdad.

Recordando aquellos años, señala que este objetivo estaba mucho más lejos de lo que ella pensaba: «Cada vez que yo hablaba aquellos hombres bajaban la vista, era lo opuesto a la inclusión». Al final de aquella aventura, la extranjera estuvo segura de una cosa: necesitaba un trabajo que se adaptase a su atípico currículo. La solución fue apostar por el mundo de las empresas tecnológicas. A la coach siempre le ha encantado demostrar eso de que nada es imposible, por eso en 2011 decidió ponerse en contacto con Google y probar suerte allí.

Sin miedo a nada

A pesar de no tener amplios conocimientos en publicidad, la profesional supo ganarse un puesto en este departamento gracias a su dominio de varios idiomas y a la experiencia como guía turística que había cogido en su época en Noruega. «El país no tenía muchos edificios históricos y cuando me decían eso los turistas les contestaba que mirasen la hermosa naturaleza», recuerda entre risas.

La carnotana de adopción, que también trabajó en la monetización de contenidos periodísticos para grandes medios de comunicación en la empresa norteamericana, cayó en la cuenta en el 2018 de que tenía 32 años y seguía preguntándose cuándo iba a empezar su vida: «Supe que quiero trabajar con las personas». Así empezó un camino de autoconocimiento a través de diversos talleres y actividades que acabó eclosionando en la necesidad de dejar atrás la vida en Oslo y mudarse a lares más tranquilos con su pareja, Ramón.

El sendero de la felicidad la acabó llevando hasta Carnota, un espacio en el que la italiana encontró el lugar perfecto para reconectar con ella misma: «Nos mudamos justo antes de la pandemia, fue una oportunidad para volver a escucharme». En la actualidad, la profesional está concentrada en dar talleres y hacer actividades de coaching tanto para grupos como para particulares: «Estoy creando redes locales que me están sujetando».

Montagna considera que todo el mundo, en el fondo, es un tesoro del que se puede sacar mucho potencial y, sin duda, ella también lo es.