Amores que sobreviven al alzhéimer

María Hermida
María Hermida RIBEIRA / LA VOZ

RIBEIRA

CARMELA QUEIJEIRO

José y Manuela tienen 86 años y llevan casados desde los 22; ella perdió la memoria y él se ha convertido en su ángel guardián. Viven solos y enamorados

18 abr 2015 . Actualizado a las 14:40 h.

El Diario de Noa, esa película que arranca lágrimas y escalofríos porque un hombre enamorado de su anciana mujer, enferma de alzhéimer, la cuida, la mima y le cuenta la historia de pasión juvenil que ambos compartieron como si fuese una novela, existe. Está en sitios como Ribeira, encarnada en parejas como la que forman José Álvarez y Manuela Gude. Escribir su historia es, sobre todo, escribir sobre el amor. Pero no de un amor del montón, sino de esos que se crecen en la adversidad; de los que se vuelven robustos como roble añejo cuanto más amargo es el momento.

Pongan en su mente una de esas imágenes de la citada película, cuando James Garner le empieza a leer a Gena Rowlands una historia de amor que resulta que es la suya. Y ahora trasladen la mente al centro de día que hay en Ribeira especializado en alzhéimer e imagínense a José, de 86 años, entrando por la puerta a ver a Manuela, su mujer, que peina la misma edad. Ella no le recibe demasiado contenta. Tiene sus momentos, dicen las cuidadoras. Y en ese instante le toca gritar, quejarse. Él la recibe llamándole guapa, hablándole casi en susurros. No le da importancia a los gritos. Sabe que pasarán.

A los pocos minutos, mientras la coge de la mano, José abre la caja de recuerdos. Él es de una parroquia de Ribeira y Manuela de otra. Se enamoraron pronto. A los 22 años ya estaban casados. Cuenta él que «había poucas mulleres tan guapas como ela». Y, mientras lo dice, echa la mano al bolsillo. Lo hace para sacar un retrato que demuestra la lozanía de Manuela, el porte bello que todavía se adivina entre sus arrugas. José siempre lleva la foto consigo. Para él y para ella. No en vano, tras sacarla, se la enseña. «Mira Manuela, que guapa eras ti, miña muller», le dice.

«Non tiñamos nada»

Sus comienzos les sonarán a las parejas que se casaron en plena posguerra. «Non tiñamos nada», recuerda José. Él llegó a emigrar. Pero acabó regresando a casa más pronto que tarde porque quería estar con ella. Pensaron en tener familia amplia, lo intentaron, pero el destino hizo que se quedasen con dos hijos. Dice José que nunca llegaron a tener un enfado importante. Pero sí discutían.«Sempre me gustou que tivera o seu carácter. Non era unha muller que che dixera a todo que si, ela era forte», recuerda.

Tras una vida de trabajo llegaron a la merecida jubilación con sus hijos independizados, uno viviendo cerca y otro en Cataluña. Les tocaba disfrutar. Pero la enfermedad les adelantó por la derecha, sin ni siquiera poner un indicador que les permitiese adivinar que iba a aparecer.

Manuela empezó a tener achaques importantes, de esos que se quedan con uno para siempre. Acabó siendo diagnosticada de una demencia tipo alzhéimer. Y, de la noche a la mañana, José se convirtió en algo más que un hombre, es una especie de ángel protector. Aunque a él la enfermedad de ella ya le cogió peinando canas, decidió ser su cuidador principal. Tiene ayuda, pero continúan viviendo solos; amarrándose al amor que les une.

Aunque cuentan con una persona que les echa una mano en las tareas domésticas y uno de sus hijos también colabora con el cuidado de la madre, José es el que se encarga de que, día tras día, Manuela llegue compuesta al centro de día donde le ayudan a cuidarla. Está ahí buena parte de la jornada, tiempo que él aprovecha para «facer moitas cousas pola casa, porque non son home de tabernas», explica el varón. A las cinco de la tarde la recoge. Ella suele llamarle papá. Hay días que le cuenta cosas y le reconoce bien. Otros que apenas habla y le cuesta más saber dónde y con quién está. Algunos más en los que se queja de algún dolor.

Ella no duerme sin él

Él puede expresarle con palabras lo que siente por ella. Le enseña su vieja foto. Le recuerda anécdotas juntos. Pero ella no se queda atrás. Sus gestos quizás sean más inconscientes. O no. Nadie sabe demasiado de esa pesadilla llamada alzhéimer. Pero José cuenta que si él se queda viendo la televisión por las noches, disfrutando con un partido de fútbol, Manuela no pega ojo en el dormitorio hasta que él se mete en cama. Y, noche tras noche, «é raro que non estire a man no colchón cara a min, como se quixera comprobar que sigo aí, que non marchei a ningún sitio».

Y así siguen. A José su papel de cuidador le ha rejuvenecido. No habla mucho del futuro. Se limita a decir que «unha persoa sen sentimentos non vale para nada, por iso quero estar con ela todo o tempo». Se cumple con él lo que siempre mueve a quienes cuidan a una persona con alzhéimer: ella quizás a veces no sepa quien es él. Pero él sí sabe quién es ella.

José cuenta su historia a los jóvenes

José, a sus 86 primaveras, no solo cuida de Manuela. Ha decidido hacer apostolado con la dedicación a su mujer. De la mano de Sandra, la directora del centro de día especializado en demencias que gestiona Agadea en Ribeira, hace labores de voluntario. ¿En qué consisten? Acude a colegios a explicarle a los niños su historia, a contarles lo importante que es en la vida «portarse ben cos que están ao noso arredor, facer as cousas co corazón». Hace unos días Sandra y él dieron una charla en un centro educativo llamado Galaxia. Dejaron huella. Hubo alumnos que acabaron con las lágrimas en los ojos. Porque José habla del amor como lo siente, como lo vive... Dice Sandra que seguirá colaborando activamente con ellos. Y que involucrarán a más familiares.