¿Quiénes son los animales de verdad?

Antón Parada

RIBEIRA

23 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay noticias que se escriben con una singular mezcla de tristeza, rabia, satisfacción y se sirven con nada de hielo. Es una extraña sensación el tener que describir un acto cruel y, a su vez, sentir una suerte de liberación emocional al darle amplitud a través de la rotativa y la Red. No sé en que medida este hecho es más o menos ético, solo sé que es desafortunadamente involuntario. Y tecleo esta reflexión, con lo amargo del sabor de un ejemplo perfecto, aún reciente en mis pensamientos.

El viernes por la tarde, una voluntaria de la Protectora Moura presenciaba una de las peores escenas que puede observar alguien que eligió destinar sus esfuerzos a participar en la lucha por los derechos de los animales. En las inmediaciones de Couso, entorno natural perteneciente a la parroquia ribeirense de Aguiño, una persona dejó a su perro en el arcén y arrancó el coche. Mientras se alejaba, la mascota corría desenfrenada detrás del vehículo, y detrás de estos, desde el turismo de la integrante del colectivo animalista se lograba capturar un fragmento de esta triste escena. Una situación que forzó a que el propietario o propietaria del animal se detuviese para recogerlo y así poner rápidamente tierra de por medio. Por desgracia, ni el vídeo recoge la totalidad de los hechos, ni tiene la calidad suficiente para apreciarse con exactitud.

Lo que sí describe esta secuencia es la desesperación del cachorro -desde Moura creen que no supera el año de vida- por regresar junto a alguien con menor capacidad de amar que un perro. Vaya, quizás convendría revisar las teorías evolutivas con casos como este. Cinismo a parte, con las obligadas disculpas a Kapuscinski y a su reglamento periodístico, la gravedad de estos hechos no debe diluirse entre los miles de ejemplos de abandono animal que se producen cada año en este país. Intento ponerme en la piel de los dueños del perrito y de verdad que no lo consigo, pero al menos, el ejercicio de empatía no cayó en saco roto.

Esta noticia me sirvió para recordar. Pensé en Meiga, mi mil millones de veces mejor collie que Lassie, en cómo sin tener ninguna noción de pastoreo un día nos sorprendió guardando al carnero y a la oveja, que un día habitaron el cortello de mi abuela. Aquella rubia no nos abandonó por el inexorable paso del tiempo, algún desaprensivo nos la arrebató con un matarratas, que por desgracia no eliminó al portador, ya que seguramente estaba más cerca a esa especie. Perdón. Las ratas no se merecen ese símil. Recuerdo a la vieja gata Chester, cada noche esperando mi regreso en el último escalón de las escaleras, hasta que un día ya no estuvo. ¡Ay!, si fuese el presunto abandonador el que hubiese revivido mis recuerdos...