El humor de Moncho Borrajo, una pomada para las heridas

v. couto / p. blanco CARBALLO / LA VOZ

A LARACHA

Jose Manuel Casal

La capacidad de adaptación es para este ourensano la clave de atesorar ya 45 años de oficio

06 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El humorista ourensano Moncho Borrajo -Baños de Molgas es su tierra natal- lleva nada menos que 45 años de profesión. «Corenta e cinco anos é moito neste país no que só aguantan Raphael e máis Serrat», bromeó ayer en Radio Voz Bergantiños, donde habló del espectáculo con el que, anoche, inauguró con las entradas agotadas el Festival do Humor de A Laracha. También Gayoso aguanta, y él lo conoce bien como Don Ramón que es en Luar: «Creo que cando morra Gayoso no ceo xa teñen preparado Luar».

Cuarenta y cinco años le han dado también para aprender que hay cosas con la que es mejor no bromear. Así, Borrajo dice que tiene una norma: «Nunca fago chistes de coxos nin de tartamudos nin de minusválidos». Para el ourensano, el humor tiene dos caras, es un arma contra los poderosos y es también una medicina, una pomada para las heridas. Son muchos años de oficio, sí, pero Moncho tiene claro que «no humor non hai nada novo» y que viene siendo lo mismo desde Sófocles hasta ahora: «Meterse co poder, meterse cos ricos...». La clave para sobrevivir, quizás, está en algo que a él se le da muy bien: adaptarse. Al público y al lugar. Tan pronto usa expresiones como «queda máis feliz ca un porco nun cortello» que se arranca con acento andaluz o a hablar catalán. Incluso castellano de Madrid o de Valladolid. Con el vasco ya le cuesta algo más.

Interacción

A Moncho le gusta conocer a dónde va y la Costa da Morte la conoce, pero solo de visita. Nunca estuvo aquí por motivos laborales, tampoco en A Laracha, por lo que, en ese afán de adaptarse, tenía pensado desde preguntar de qué partido político era el alcalde, hasta si estaba casado o si había «algún gay no concello». Borrajo echa de menos aquellas salas de fiesta que había antes y cree que las discotecas se han convertido en un «bum bum» que no te dejan ni hablar. El teatro ha permitido ganar en respeto, pero no es lo mismo, aunque sí se ha mejorado en muchas cosas: por ejemplo, en el terreno del machismo. Antes, muchos espectáculos centraban su humor en él. Ahora no.

Le gusta el contacto con su público y los de las primeras filas que hayan estado en su espectáculo bien saben que lo suyo es la interacción. Moncho sufre en los escenarios que están muy separados del público, porque a él además le gusta poner caras. Decir una cosa y reflejar la otra. Gasta bromas en función de lo que ve, por eso, aunque tiene muchos monólogos y esquemas, nunca prepara nada del todo. Dice que lo bueno es el directo, el hacer cosas distintas, porque para ver siempre lo mismo ya está una película: «Por moito que vexas Os dez mandamentos, sempre rompe as táboas Moisés», bromea. Es capaz de hablar de política, de historia, de España y de los gallegos. Tiene retranca, porque es gallego, y vive las cosas buenas de su tierra: «Os galegos non fai falta que rematemos o chiste, xa o collemos antes».

Cree que si no ha caído en 45 años es por esa capacidad de adaptación, porque el público siente que el espectáculo está hecho para ellos. Como los grandes, entre los que cita a Chaplin, Groucho o Gila, le gusta terminar siempre con algo de «agarimo», una vuelta de tortilla que haga incluso echar una lágrima. Le encanta que la gente acabe de pie y piense: ¡Que ben o fixo Monchiño! Tiene en mente un espectáculo para niños, el público más difícil, una función en la que pueda enseñarles de qué cosas se puede reír y de cuáles no.

No podía haber empezado mejor el festival larachés de humor, con el público a carcajada limpia.