El Casino, víctima del desinterés culpable

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

CARBALLO MUNICIPIO

22 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Carballo parece incapaz de deshacerse de su proceso de demolición congénita. Cada tiempo tiene su piqueta dispuesta a llevarse algo bueno por delante. Se fueron las joyas arquitectónicas en su tiempo. Cada poco, el carballés sensible se da golpes en el pecho por su pasado derribado y, convertido en escombro, enterrado en nuevas calles o en los cimientos de edificios semivacíos. Sin embargo, la angustia no parece sincera porque, cada poco, algún elemento vuela hacia el recuerdo como si tal cosa. De hecho, semeja que no hay demasiados reparos en tirar por la borda lo bueno de su historia. Como si estuviese condenado por algún mal hado a dejar arrastrar por las aguas del Anllóns lo que un día fue motivo de orgullo colectivo. Ilusiones viejas que la corriente se lleva como el barro en los días de riadas. Como si el pueblo entero fuese de paso, o que importase poco o nada el pasado y el futuro fuese cosa de otros que están por venir. Luciano Regueiro Pumpido, aquel registrador de la propiedad que el 26 de noviembre de 1924 pusieron de primer presidente del Casino de Carballo, miraría estos días atónito, incrédulo y desesperado como echan el cierre a la entidad 92 años después, y como si tal cosa. ¿Qué sería de Carballo si hubiesen conservado todas sus cosas de valor? Nadie tiene la culpa, pero todos acabamos siendo responsables. El desinterés culpable que no nos quita el sueño. Algo debe fallar en la conexión emocional comunitaria con los bienes forjados durante generaciones. El esfuerzo de mucha gente lanzado al contenedor del abandono. Generalmente, un pueblo o una ciudad se construye con ilusiones colectivas. La vieja sociedad recreativa de la capital de Bergantiños agoniza, está en las últimas y nadie acude en su socorro para salvarle la vida. El eco de sus bailes, sus tertulias, sus conciertos, sus lecturas, sus partidas, sus presentaciones de libros, sus conferencias, morirá cubierto por la indiferencia general ante cualquier piqueta que el día menos pensado dé a tierra con sus históricas paredes. Y con el paso de los años los carballeses tendrán un nuevo lamento que manifestarse. Sin escolarizar. Está a punto de vencer enero y los gemelos de Fisterra siguen sin escolarizar. Dos niños de seis años llevan todo el curso en casa, mientras sus compañeros están en el colegio. Se ha roto un eslabón de la cadena. Otro caso de fracaso colectivo. A estas alturas es imposible que la culpa de tal irracionalidad sea de una sola persona. Administraciones, colegio y familia deberían de hacérselo mirar.