«Ensinabamos por un ferrado de trigo»

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO MUNICIPIO

JOSÉ MANUEL CASAL

Llegó a tener hasta 70 alumnos de la zona en la casa-escuela de A Piña, en Sofán

22 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Mestres do ferrado»: así se denominaba el pequeño y valeroso colectivo que durante mucho tiempo, en algunas zonas de la comarca (en Sofán y alrededores, mucho), se encargó de dar las mínimas nociones de leer, escribir y adquisición de conocimientos variados a niños que, de otro modo, no habrían tenido la posibilidad de hacerlo. Y todo «por un ferrado de trigo», a cobrar en agosto. Lo que venían siendo unos 13 kilos de cereal: ese era el pago que recibían por una educación básica, no reglada, pero crucial.

Santiago Bello Souto es uno de aquellos maestros. Tiene 89 años, vive en su casa de O Zarrallo, en Sofán, a poca distancia de su casa natal, en A Carracha, donde solo estuvo diez meses. Su movilidad es complicada, por culpa de una cadera que no quiso operar, y su memoria prodigiosa, más o menos como la simpatía. También la tenía de niño (la memoria), y tal vez por eso fue uno de los elegidos para enseñar. Hace ya mucho de eso: empezó en el año 1946, y así estuvo hasta el 63, cuando se fue a Suiza, con la salvedad de la mili, que lo sustituyó su hermano, mucho más severo que él en las clases, hecho que percibieron sus alumnos.

Las lecciones las impartía en una casa de A Piña. Tuvo mucho que ver, por no decir todo, el cura Antonio Carracedo Viña, que dejó una profunda huella en toda la parroquia. Él mismo se encargó de darle algunas clases a Santiago en la casa rectoral (historia sagrada, de España y Geografía, especialmente: lo recuerda como un gran profesor), quien también aprendió de otro mestre do ferrado, apenas un año, y de pasar siete meses en los Salesianos en A Coruña. Con ese bagaje académico se puso al frente de un aula en la que, además de lo esencial, debía dar lecciones de catecismo. Y así empezó la cosa. Llegó a tener 70 alumnos, todos ellos hasta los 14 años. Eran dos horas diarias que todos trataban de aprovechar lo mejor posible. Lo mismo hacían en otra en Guntián, o en Evas. En Tarambollo había una escuela más grande, pero ya con maestro nacional. «E os que había, tampouco sabían moito», recuerda.

Chicos y chicas

Pasó el tiempo, pero los recuerdos y las gratitudes permanecen. Muchos alumnos aún lo recuerdan, y lo saludan cada vez que coinciden en algún lugar. «Eran moi bueniños», asegura. Y mixtos: chicos y chicas. Una de las alumnas, seis años más joven que Santiago, acabaría siendo su esposa. Todos compartían un local «que non era moi feo», con «un enceradiño» y material escolar mínimo que cada chaval se encargaba de aportar. «Cando rematei o meu traballo, sabía moito máis que cando empecei», dice. No solo los chavales aprendían.

El fin lo puso la emigración a Suiza, en el 63. Fue de los primeros de la zona, lo que significa ser de los primeros de Galicia en irse a trabajar al país helvético. «Case marchei obrigado», señala. Tenía cuatro hijas y había que salir adelante. Primero, en un restaurante. «Alí traballei moito durante catro anos». Después, una panadería, otros cuatro años y pico más, y finalmente, en la fábrica de Sandoz.

Fueron años buenos: «Unha marabilla. Estabamos en Basel, onde se fala o alemán, e nós empezamos co italiano. De alemán aprendín algo, aínda me lembro dalgunhas palabras». Y las recita.

Fueron veinte años en la emigración. «Cando volvín, eu quería quedar aló. Creo que volver foi peor que cando marchei», recuerda con pesar. Pero tenía una familiar enferma y no quedaba más remedio. Después, tocó buscarse la vida. Era labrador, pero también criaba y vendía ganado, especializado en bueyes. También fue sacristán, tal vez dando continuidad a su etapa infantil de monaguillo, función que por cierto también realizó en Suiza, en la iglesia de San Juan Bosco.

Santiago Bello habla de los tiempos difíciles que le tocó vivir, a él y a los de su tiempo: «Non había nada, todo era necesidade, e agora o que hai é fartura de máis. Aínda non podiamos comer as patacas que queriamos. Moitos veciños, ¡canta fame pasaron! A xente nova de hoxe xa non cre estas cousas. Como se dicía antes, non se acorda o cura de cando foi sancristán».

Tal vez por eso le impresionó tanto Suiza, «unha marabilla de sitio», donde estuvo tan a gusto. Durante dos temporadas, de cuatro y tres años, acompañado de su esposa. Pero al final el regreso pesó: «Foi duro, pero ao final o dun tira máis». No regresó nunca. «Puiden volver, por exemplo para ver á filla, pero xa non o fixen». Eso sí, se acuerda muchas veces de su estancia en ese país. «Suíza deulle vida a España», explica.

Un homenaje

En realidad, las enseñanzas de él y sus compañeros de oficio de ferrado sí le dieron vida a centenares de niños que de otro modo se habían quedado sin la educación elemental. Por eso hay quien promueve que, tal vez el Concello, podría organizar un pequeño homenaje a todos ellos, que tampoco son tantos, y además muchos han fallecido. Su hija, por ejemplo, sostiene esa idea, que ya se verá en que acaba. Porque no solo se trataba de escribir o saber interpretar los mapas o tener nociones de historia de España: también despertaban las ansias de saber más en muchos chavales de pequeños lugares.

Cuando llegaron las escuelas unitarias, su labor desapareció. Poco pagada para el valor que tenía, apenas 13 kilos de trigo.