«Nací en Sudáfrica, crecí en Nigeria y estudié entre Alemania y Holanda»

Marta López CARBALLO / LA VOZ

CORCUBIÓN

Cedida

Nacido en la ciudad de Durban (Sudáfrica, 1969), aunque con raíces alemanas, Buschmann lleva viviendo en Corcubión desde hace dos años, donde ejerce de ebanista

13 ene 2018 . Actualizado a las 19:19 h.

El término ciudadano del mundo, dice Frank Buschmann, le da un poco de «respeto». Le gusta, sin embargo, considerarse un habitante del planeta Tierra. De hecho le gusta citar a Kenneth Boulding a la hora de hablar de la «nave espacial Tierra». Los límites territoriales, para alguien que ha residido ya por medio mundo, dejan de cobrar importancia: «Nací en Sudáfrica, me crie en Nigeria y estudie entre Alemania y Holanda. Después tuve un estudio de diseño en Madrid durante 16 años y ahora, desde hace dos, vivo en Corcubión».

Al final, de esta vida no se llevan sacos llenos de dinero, sino pequeños cajones en los que guardamos momentos y experiencias, y Buschmann da buena cuenta de ello. Solo a nivel profesional ha tenido estancias más o menos largas en cuatro países de Europa, además de en Estados Unidos, Japón o Corea del Sur.

Por aquel entonces se dedicaba al diseño conceptual, algo que aquí podría traducirse como una variante del gráfico. «En Holanda cursé mis estudios de diseño industrial y después me dediqué al sector cultural. Hice comisariado de exposiciones, armé performances para artistas en Japón y tuve mi propio estudio». Trabajó casi siempre a título independiente y basando su obra en la conceptualización de ideas, «algo que en España todavía no está demasiado extendido».

Durante su estancia en Madrid, el director del centro cultural Conde Duque le propuso colaborar en el nacimiento de un nuevo centro de creación contemporánea. «Me lo consultó a mí, pero también a otra persona más, que hoy en día es mi mujer [se ríe]. Juntos estuvimos durante siete años a cargo del Matadero de Madrid». Explica que, pese a las ideas preconcebidas que uno pueda tener acerca del trabajo con la Administración Pública, en su caso «trabajamos duro y nos comimos el polvo para que todas las exposiciones organizadas fuesen de lo mejor».

La integridad es una palabra que suena mucho a lo largo del discurso de este sudafricano con origen alemán. En este concepto basa no solo su modo de vida, sino también su trabajo: «Hay que hacer bien las cosas, no por ningún motivo especial, sino porque es lo correcto. Creo que es un concepto que falla mucho en la sociedad actual. Escasea».

Desde que se mudó a Corcubión, hace unos dos años, cambió radicalmente de profesión, pues ahora se dedica a la ebanistería, un oficio para el que se formó en Alemania, antes de cursar sus estudios superiores. «En aquel momento sabía que aprender un oficio me serviría para un futuro, que me abriría puertas, y mira como estoy ahora», reconoce.

Su escuela de referencia son los Shaker, una comunidad religiosa utópica cuyos proyectos podrían describirse de sencillos y, sobre todo, utilitarios, además de ser la cuna del diseño contemporáneo.

«Ellos incluso colgaban todos sus muebles para que limpiar fuese más sencillo. No querían perder el tiempo en cosas mundanas, puesto querían emplearlo en cuestiones de culto», dice.

Así, trabaja con mimo cada una de las piezas que realiza -imitando siempre los diseños Shaker- y, además, lo hace todo a mano: «No uso máquinas, incluso empleo técnicas tradicionales de ensamblaje y unión; lo hago todo menos el regrueso, ¡ya que mi codo ya no puede con ello!».

Resulta paradójico que la tradición sea parte indispensable de su trabajo, pues la innovación y la contemporaneidad han marcado siempre su trayectoria. De los oficios admira no solo el resultado, sino todo el proceso para llegar a ello. «Los valores del artesano -la paciencia, el amor por lo que hace y la percepción del tiempo a largo plazo- deberían estar en la caja de herramientas con la que construimos nuestro futuro», explica Buschmann, incidiendo siempre en la integridad como signo de identidad.

«De las culturas que he conocido, las que más me han sorprendido han sido la gallega y la japonesa. Creo que hay ciertas similitudes»

 

El cambio de profesión de Frank Buschmann llevó pareja la necesidad de adaptarse a un ambiente completamente desconocido y a una sociedad, la gallega, con la que solo habían entrado en contacto en sus vacaciones.

Explica que el deseo de inmediatez que se vive en las ciudades es algo que no percibe en la Costa da Morte, donde parece que se tenga una percepción diferente del tiempo y el espacio. «Si algo me fascina de este lugar es que la gente es capaz de planificar a largo plazo, tiene vista a la lejanía».

La sensación que le embriaga es de liberación, reconoce, de haber encontrado un pequeño punto en el planeta que le llena lo suficiente. En las charlas que ofrece, habitualmente se presenta utilizando tres fotografías: una tomada en Sudáfrica, otra de sus proyectos profesionales y otra de Corcubión. «Curiosamente, las imágenes de Sudáfrica y Corcubión son muy similares. No es un círculo que se cierre, sino como una espiral: estoy en el mismo punto, pero un peldaño por arriba».

En cuanto a la sociedad gallega, que define de «enraizada, y no cerrada como la describen algunos», necesitará todavía algo más de tiempo para llegar a comprenderla del todo, aunque admira muchas de las cualidades que la definen, como lo «poco corrompida que está por agentes externos». Añade también, como balance a sus años de viajes: «De las culturas que he conocido, las que más me han sorprendido han sido la gallega y la japonesa. Creo que hay muchas similitudes».

¿Será Corcubión la última parada en su viaje vital? «No lo creo», confiesa, aunque el futuro no está escrito. El destino hablará.