«Era un desprestixio traballar no campo, mandábante estudar e así están as aldeas»

Cristina Viu Gomila
cristina viu CARBALLO / LA VOZ

ZAS

Ana Garcia

Pasó de un puesto fijo en una oficina a plantar y comercializar sus verduras ecológicas. Tiene 34 años y es de Fornelos-Zas. Cuando la crisis económica lo dejó en el paro se reinventó como horticultor. Con unos cuantos compañeros abrirá el próximo mes un puesto fijo en la plaza de Lugo de A Coruña.

18 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Agora todo o mundo traballa en A Coruña, pero as fins de semana veñen a cargar o carrito na casa. ¿Que vai pasar cando no campo non quede ninguén? ¿É que non saben de onde saen os produtos que levan para a cidade?», dice Felipe Allo Pazos, un joven de Fornelos, en Zas, que ahora mismo es el único agricultor profesional que queda en una aldea en la que hasta el año 2000 todos los vecinos tenían algún tipo de explotación agropecuaria.

Felipe podía haber sido de los que viven en la urbe y vuelven al rural los fines de semana, pero consiguió el trabajo para el que se preparó en el instituto de Ponteceso al lado de casa, en el municipio de Zas, en la empresa Gelucho Romar, que creció como la espuma en la época del bum del ladrillo y se vino abajo cuando pinchó la burbuja inmobiliaria.

Ya se quedó tras las prácticas, eran tiempos de bonanza y comenzó a trabajar en las oficinas, con jornadas de 10 horas. Entonces se dio cuenta de que la parte práctica de los estudios que tanto le había gustado hacer no eran para él. Pero estaba bien pagado y continuó.

«A crise foi o mellor que me puido pasar», reconoce. Pero la transición no fue nada fácil. Explica: «Ata que non te obrigan é moi difícil cambiar. Dá moito medo, algo que agora xa non teño». Cuando en el 2011 se quedó sin empleo se dedicó a enviar currículos por pura inercia. Estuvo un año cobrando el paro y batallando por lograr un empleo como el que tenía. «Foi desesperante, porque non recibía ningunha resposta, nin unha soa contestación», rememora. Empezó a pasar más tiempo en la pequeña huerta familiar, donde trabajaba por afición desde niño. Se animó a asistir a charlas sobre la agricultura ecológica y se entusiasmó. Su padre no estaba nada contento, siempre intentó sacarlo del campo, pero finalmente Felipe se salió con la suya.

Todavía no gana lo mismo, pero se confiesa feliz. «Antes, só agardaba a que chegada a fin de semana, e o domingo non quería pensar que ao día seguinte sería luns e tería que pasarme unha chea de horas pechado», asegura. Ahora está mucho más tranquilo, no gana tanto, pero eso «non é importante». Si volviera a nacer no haría el ciclo superior de Administración y Finanzas, si no que se prepararía adecuadamente para ser agricultor profesional. Ha hecho cursos y aprendido con sus compañeros y con las experiencias vividas, pero siente que le falta formación. Cuando era un chaval, y también ahora, el trabajo en el campo era despreciado, por lo que «mandabante estudar», explica. Esta forma de pensar ha ido vaciando las aldeas y haciendo que la producción de alimentos sea cada más industrializada, a gran escala, algo que para Felipe Allo constituye un error. Cree que aunque gane menos tiene mucha mejor calidad de vida. Además, se ahorra mucho dinero al mes. «A comida tela toda na casa, e da mellor calidade. A compra é moi axustada, non hai case gasto», señala.

Además, es dueño de su propio tiempo, al menos hasta que comience la primavera y, sobre todo, el verano, que es la época de más trabajo para los horticultores. Además, se ocupa de parte de la distribución, sobre todo en A Coruña, porque sirven a tiendas y restaurantes.

Venta directa en el mercado más prestigioso de la ciudad herculina

Felipe Allo forma parte de un grupo de horticultores que en su mayor parte son un poco como él. Alguno hizo el mismo recorrido que este joven zasense (de la construcción a la huerta» y otro compatibiliza el trabajo en una empresa (solo los fines de semana) con la agricultura y hay un estudiante que acaba de acceder a la mayoría de edad. Son el ejemplo de que el campo puede tener futuro.

«Agora vendemos a restaurantes e tendas de A Coruña e nos mercados de Carballo e Paiosaco, que son os que quedan, porque non hai máis feiras. A de Baio non é máis que un mercadillo de farrapos», explica. Una vez a la semana, los martes, ocupan un puesto en el mercado de San Agustín y a finales del próximo mes tendrán un puesto fijo en la plaza de Lugo.

Felipe está preocupado por la pervivencia de su aldea. «Son o único agricultor profesional que hai en Fornelos», explica y recuerda que cuando empezó a estudiar todos los vecinos tenían una explotación.

Su pasión por lo ecológico le ha llevado a organizar las ferias de Baio y de Laxe y a inmiscuirse en cualquier proyecto de este tipo de producción.

Si no hubiera sido por la reducción de plantilla en la empresa de Gelucho Romar, él tampoco se habría dedicado al sector primario. Lo lamentaría. «Agora estou máis tranquilo», dice. Y está convencido de que el grupo del que forma parte saldrá adelante y terminarán por poder vivir de la agricultura ecológica holgadamente. Si no es así tampoco está preocupado. «A xente traballa unha chea de horas e chega aos 65 anos e ten os mesmos cartos», dice, por lo que recomienda estar satisfecho con uno mismo.