La soledad del andamio

Xosé Ramón Castro
X. R. Castro VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

M. MORALEJO

El artilugio, ahora sin uso, marca el efímero paso de Luis Enrique por el Celta

30 oct 2014 . Actualizado a las 14:01 h.

El andamio se ha quedado solo. Pasó de ser el foco de atracción de A Madroa a un amasijo de hierros sin ningún visitante. La obra que marca la estancia de Luis Enrique en Vigo se ha quedado sin cometido y sin foco mediático que alimente su existencia.

El andamio, mandado construir ex proceso por el técnico del próximo rival -y que no salió barato precisamente- refleja el estilo y el carácter de Luis Enrique en su paso por Vigo, como si fuera su obra para la posteridad. Como los faraones.

El ahora cuestionado técnico del Barcelona fue el centro de atención desde el primer día. Acaparó poder, tomó todas las decisiones posibles y alimentó la mentira de su contrato. Al final, había firmado dos temporadas, pero el propio Celta se encargó de alfombrarle una salida que no ha dejado indiferente a nadie admitiendo que en el contrato, nunca mostrado, se había firmado uno más uno.

Desde el primer día Luis Enrique se instaló en las alturas. A todos los niveles. Para moldear el equipo a su antojo, para aislarse del mundo y para evitar cualquier tipo de justificación a lo largo de la temporada.

Su periplo en Vigo comenzó bajo el signo de la obcecación. El equipo no carburó durante toda la primera vuelta pero el asturiano careció de cintura para ajustar el equipo. No detectó desde la atalaya próxima al zoo dónde estaba el agujero, bastante evidente por otra parte. Tardó cuatro meses en conseguir que el equipo adquiriese la velocidad de crucero. Antes, culpó a la prensa de la derrota ante el Rayo aduciendo que había descubierto sus planes y cerró a cal y canto A Madroa, una de las pocas cosas que le ha comprado Berizzo.

El personaje Luis Enrique -la persona estuvo escondida todo el año- convirtió sus comparecencias en una retahíla de frases vacías. En A Madroa, en su sala de prensa, durante un año no se habló de fútbol. No hubo explicaciones ni para los onces, ni para los cambios ni para el sistema táctico. Todo formaba parte del sumario. El único guiño fue el chiste fácil. «No voy a dibujar defensas de dos metros si no los tengo», respondió al ser preguntado por la inferioridad manifiesta en la estrategia y en los centros laterales, o «veo a Borja como siempre, alto, estupendo, de 1.80», cuando se le interrogó por el capitán Oubiña.

El acto final de su libertad de expresión llegó en la comparecencia posterior a ser cazado en su casa de Gavá reuniéndose con Andoni Zubizarreta. Todo el mundo sabía que su fichaje por el Barcelona era un hecho, pero el entrenador se despachó con una frase más de barra que de comparecencia: «En mi día libre hago lo que me da la gana». Y lo hizo. No aclaró nada. Ni ese día, ni una semana después cuando se despidió 24 horas de antes de cerrar la Liga en Mestalla.

Estos comportamientos le convirtieron en un técnico más para la afición. Ni frío ni calor, como manifestaron a La Voz varios peñistas esta misma semana.

El favor del vestuario

Los mayores aliados de Luis Enrique durante su corta estancia en Vigo fueron los futbolistas de su plantilla. «Cambió un poco el club», apuntó ayer Krohn-Dehli dando a entender que existe un antes y un después de Lucho en la historia reciente celeste. El curso pasado, en los herméticos pasillos de la instalación deportiva celeste, los jugadores reconocían que tanto él como su cuerpo técnico le hacían más fácil la vida. No por aislarlos en el monte, sino porque le daban al rival y a sus jugadores troceados. Estudiados hasta el más mínimo detalle.

El scouting llevaba la firma de su grupo de colaboradores, que se fueron de Vigo sin abrir la boca en todo el año. Algunos, como Robert Moreno y Rafel Pol de un modo literal. Ni un saludo de cortesía cruzado con los mortales. Joaquín Valdés, el psicólogo que acompaña a Lucho a todas partes, y Unzué, su segundo, mantuvieron los modales.

Hasta la fecha, Luis Enrique poco se ha acordado del equipo que le abrió la puerta de la Primera española y le redimió después de su batacazo en la Roma. Tan solo un «hala Celta» en su cuenta de twitter cuando revisaba el vídeo del partido con la Real y un guiño enternecedor cuando de recordaron, antes del clásico, que había ido con el Celta antes al Bernabéu. «Aquello fue más íntimo», como si los celestes jugaran en el salón de Florentino.

No fue así, aquel Celta del Bernabéu con Lucho al frente marcó un punto de inflexión. Fue un equipo mucho más digno que el que visitó el Camp Nou para cubrir el expediente un par de meses después. El sábado, debiera ser distinto. Luis Enrique será el anfitrión, pero el Celta, al menos en teoría, no será el dócil rival de marzo. El asturiano puso la primera piedra, pero Eduardo Berizzo, listo, ha levantado un muro. Sin necesidad de subirse al andamio.