Una marcha histórica en todo el mundo reivindica que «sin ciencia no hay futuro»

adriana rey NUEVA YORK / CORRESPONSAL

CIENCIA

BRYAN R. SMITH | afp

La convocatoria denuncia el declive de la investigación y el desprecio de políticos como Donald Trump

23 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay precedentes de algo igual. Ayer el mundo se unió en una marcha histórica para reivindicar el valor de la ciencia. Una convocatoria insólita que fue mucho más allá de una defensa del medio ambiente. Fue un clamor al que se sumaron más de seiscientas ciudades -Ginebra, Londres, Berlín, Nueva York, Viena, Bogotá, México D.F., Hong-Kong, Ciudad del Cabo, Madrid, Copenhague y un largo etcétera con epicentro en Washington D.C.- para tratar de concienciar que «sin investigación no hay futuro». Ese fue el lema con el que los científicos españoles recorrieron también las calles de las principales urbes en contra de las políticas anticiencia, con inversiones raquíticas que han permitido que entre el 2010 y el 2016 se hayan perdido en España más de 10.000 investigadores y 20.000 empresas innovadoras. «Sí hay dinero para investigar, está en Suiza» o «Ni exilio ni esclavitud: Basta ya de precariedad laboral» fueron algunos de los eslóganes con los que los investigadores reclamaron una sociedad basada en la investigación y el conocimiento.

Con ese objetivo las más de seiscientas marchas trataron de reivindicar la importancia de la ciencia y situarla en su rol fundamental y esencial para la libertad y el desarrollo económico y social de cualquier país. Así como transmitir la vocación de servicio público que tiene y la necesidad de que los Gobiernos y empresas inviertan en educación científica de vanguardia. Porque si bien es cierto que la motivación de la convocatoria a nivel global no fue política, resultó imposible no vincular el declive científico con las decisiones de los líderes políticos, en especial Donald Trump. A él fueron dirigidos los mensajes que portaban las cientos de miles de personas que en Nueva York se manifestaron en un clima festivo. «Mis sensaciones son muy positivas, el ambiente fue sensacional, pero reivindicativo. Lo que más me alegró fue comprobar que la ciencia posee esta capacidad de convocatoria, ya que es algo que nos afecta a todos, no solo a los que trabajamos en esto», indicó el investigador gallego residente en Washington Carlos Sierra. De la misma opinión es su colega Susana Martínez Conde, otra gallega que desde allí explica «el ánimo optimista e inclusivo, entre tambores y pancartas» en el que transcurrió la marcha.

Trump, un peligro

Donald Trump fue el destinatario de infinidad de mensajes escritos portados por una comunidad científica preocupada por los hachazos practicados desde la nueva Administración. La NASA, la Agencia de Protección Ambiental y decenas de programas de investigación médica han sido víctimas de un recorte sin precedentes que, de aprobarse, tendría efectos devastadores. «Make America Scientific Again» (Haz América científica otra vez), «Science not Silence» (Ciencia no silencio) o «There is no Planet B» (No hay planeta B) son varios de los eslóganes que se pudieron ver en EE.UU. Allí no olvidan tampoco que las bloqueadas órdenes ejecutivas que limitan la inmigración de países de mayoría musulmana supusieron un varapalo para las universidades y organizaciones médicas, donde los científicos y médicos inmigrantes son vitales.

No fue la única zancadilla de Trump. El gran muro entre México y EE.UU. tendría un efecto catastrófico que causaría un daño incalculable en la fauna y flora de la zona, como denunciaron desde Defenders of Wildlife. «Es todo muy peligroso», advirtió el ingeniero Bill Nye en Washington.

El desprecio a la evidencia científica también fue lamentado por David Badre, neurocientífico de la Universidad de Brown, y otro de los rostros que ayer hizo historia. Al igual que Mark Plotkin, un etnobotánico que trabaja para encontrar nuevos medicamentos en plantas y animales del Amazonas: «Estamos tratando con personas que están en una realidad diferente», se quejó. Ni Badre, ni Plotkin, ni muchos otros de sus colegas habían acudido nunca a una manifestación, pero esta vez fue diferente: en juego está la voluntad de querer abrir las puertas al conocimiento o poner piedras al futuro de toda una civilización.