Aquellos veranos en La Solana

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

23 jun 2016 . Actualizado a las 19:51 h.

Aún no sabemos qué tiempo hará esta noche, si tomaremos las sardinas a remojo, pero estoy segura de que la mayoría que mire atrás en el tiempo, al tiempo de la niñez, no recordará ningún verano lluvioso. La memoria tiene esta luz maravillosa de recrearnos en los momentos felices del verano, cuando los días eran larguísimos y las horas se pasaban «a velas vir». Como muchos coruñeses, yo pertenezco a ese grupo que le debe a La Solana un estado de ánimo radiante. Solo había que ver cómo entraba la gente y cómo salía de allí, porque en ese microclima se curaban todas las penas. La alegría solanera ha marcado a generaciones coruñesas, a las abuelas con turbante que se pegaban al paredón de la climatizada, a los hombres y mujeres que se separaban en dos secciones para los corrillos de la tarde, y a los niños que chapoteábamos sin saber que existían las piscinas de agua dulce.

La Solana en una imagen del buen tiempo
La Solana en una imagen del buen tiempo EDUARDO

En aquellos veranos subirse al trampolín gigante era un reto al que te enfrentabas año tras año, del mismo modo que a la pillería de colar a tus amigos en la entrada. No había tornos automáticos como ahora y las primeras travesuras pasaban por torear a los dos porteros que, por supuesto, hacían la vista gorda cuando forzabas un «buenos días» de colegueo para que tus amigos pasasen inadvertidos. Toda Coruña hacía allí su agosto, y su julio, con el bote de Nivea azul, y era imposible pillar una tumbona cuando al mediodía llegaban en tropel todos los funcionarios, los empleados de banca, los dependientes de los comercios... en busca de ese pellizco de sol. En ese momento, y en el que se salía del vestuario, La Solana se convertía en una fashion week improvisada, en la que unos y otras se echaban el ojo: ellos con los vaqueros de cintura alta y los polos estilo Lacoste y ellas bronceadísimas con vestidos de tirantes. ¡No hacía falta chaqueta!

Allí, en esa mezcla tan nuestra, cobraba sentido la palabra popular. Todos terminaban hablando con todos, y por esa cosa nada íntima de ducharse juntos, daba igual la profesión o el estatus social de cada cual. De hecho, no creo que haya información más fiable que la que ha salido siempre de esas saunas, que aún mantienen hoy un grupo nutrido de jubilados. Que si en La Solana oyes que el Dépor ficha a fulano es que lo ficha; si oyes cuánto le ha costado a un político su casa es lo que le ha costado, porque desde ese punto neurálgico se han movido y removido muchos hilos de nuestra ciudad.

Es verdad que hoy La Solana ha sido comida por las obras y se ha reducido enormemente, aunque sigue teniendo sus hooligans, pero somos muchos, muchísimos, los que le debemos el sabor del verano más feliz. El mío sabe a su salitre, al bocata de la Leonesa de camino a casa, a las risas de mis amigas y a la juventud de mis padres, que desde el rincón aún me gritan: «¡Sandra, no te tires a la piscina así!»