Fue en ese cine ¿te acuerdas?

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

27 oct 2016 . Actualizado a las 13:50 h.

No fue una mañana, como dice la canción de Aute, Al Este del Edén, pero hubo una primera vez y fue al aire libre. En un cine de verano de 1978 brillaban en la pantalla Harrison Ford, Mark Hamill y Carrie Fisher. O lo que es lo mismo: Han Solo, Luke Skywalker y la princesa Leia. Todavía puedo sentir la emoción de lo que hoy es el primer recuerdo de ver una película, y que inevitablemente ha ido asociado desde entonces a diferentes salas, la mayoría claro, de esta ciudad. Su olor, sus butacas, el telón y la música -«movie record, tan, tarararán»- que inicia la inquietud previa a una película. No sé por qué razón o por qué transmisión extraña entre las neuronas somos capaces de relacionar sin ninguna posibilidad de error la película que hemos visto en algún momento de nuestras vidas con el cine en donde la hemos visto. Una por una.

Taaquilla del Teatro Colón en su última sesión de cine antes de la reforma (2002)
Taaquilla del Teatro Colón en su última sesión de cine antes de la reforma (2002) No disponible

Yo no llegué a poder entrar por edad en el estreno de Grease, pero las colas me llamaron tanto la atención que aún tengo grabada la imagen del Colón con aquel enorme cartel de John Travolta y Olivia Newton John. Allí quise ver E.T., pero en aquellos años en que la inmediatez no se había instalado en nuestra rutina y era inviable que un filme se pusiera a la vez en distintos cines, fue imposible. Esperé meses y meses mientras todos mis amigos me iban contando -nunca mejor dicho- la película que ha marcado a generaciones. E. T. la puede disfrutar tiempo después por fin en el París, que hoy es tendencia, y jamás volví a ver ninguna cinta allí. ¿El Padrino III? También en el Colón, con toda la fila de compañeros de la facultad esperando ese final escalofriante del grito seco de Al Pacino.

En el Colón creo que he visto la mayoría de los estrenos, pero cada vez que iba al Valle Inclán sabía que aquel filme se grabaría para siempre como un imprescindible. Esa sala tenía ese punto erudito, y ¡hasta te daban una hoja con toda la información de la película! Allí lloré como una descosida un festivo difunto viendo a Francesca y a Robert despidiéndose de por vida en Los puentes de Madison, como antes lo había hecho cuando Michelle Pfeiffer se abandonaba en el lecho de muerte con aquel «cerrad las cortinas» en Las amistades peligrosas. Al Valle Inclán le debo las mejores películas sin duda. Cyrano de Bergerac, con un Depardieu inmenso, que provocó esa sensación maravillosa de salir del cine y volver a entrar, con el ansia de recrearme en todos los detalles para saborearla más.

Por eso no dejo de aplaudir la inmensa suerte que hemos tenido todos nosotros, los que hemos podido diferenciar y respirar los distintos cines únicos. Un privilegio imposible de reproducir hoy por esa uniformidad chiclosa de las salas, en las que se ha perdido el encanto de la incomodidad feliz de entonces. Fue en ese cine. ¿Te acuerdas?