«Saluda, pero no te pares»

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

19 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre los muchos mandamientos que rigen a los coruñeses está el del saludo, que se aprende desde que somos niños. Un saludo del que aquí ya he hablado en otra ocasión y que se impone con la pausa del paseo postinero, acompasado si vas del brazo de tu marido o de tu mujer, con esa cadencia del tiempo del vermú de domingo. Hay ese saludo, que diría un aficionado al fútbol, de «media paradiña», que es una manera cortés de seguirnos la pista, que se arregla con una palmada en el hombro o un par de besos al aire acompañado de una frase inquiriente: «¿Qué tal tu madre?», ¿todo bien?», pero que no interrumpe el paseo. Es una parada corta y a seguir el trayecto con la calma del fin de semana.

A mí siempre me ha fascinado esa otra manera de decirlo de lejos, como de te veo venir, en el que ya la media sonrisa avanza el cruce de palabras del otro saludo en corto, en el que normalmente el coruñés no necesita siquiera decir ni mu. Basta con un pequeño gesto elevado de la barbilla y esa mano levantada para sabernos reconocidos y continuar. Ese era el saludo clásico de mi abuelo. Claro que después está ese otro que los coruñeses manejamos con la cadencia de nuestro acento propio, en el que el «adiós» se convierte rápidamente en «¡Dióoss!» o un «¡Ta Lueeego!» o ese «abuur» que aún sigue funcionando entre los de 60 para arriba, pero que se está perdiendo. También está el momento en que arremolinados por el encuentro enseguida nos ponemos en corro como de natural sorpresa, en un círculo cerrado para repasarnos de arriba abajo, con esa manera nuestra de ponerlo todo en común. ¡Si nos hemos visto anteayer! ¡Si somos los mismos de siempre! ¡Si no hay novedad! Pero hay que pararse.

No existe un estudio científico al respecto, pero después de compartirlo con mi compañero Pablo Portabales, hemos llegado a la conclusión de que los coruñeses tenemos una media de saludo muy alta, altísima, tanto que a veces nuestros hijos cuando vamos por la calle son capaces de apretarnos la mano y avisarnos de que no hay posibilidad de perder más tiempo: «Saluda, pero no te pares». Porque de cada parada nace una historia y con nuestro temperamento particular de darle a la lengua los paseos se pueden hacer interminables. De ahí que cuando uno sale de casa, incluso con sus auriculares puestos para andar por el paseo marítimo, se piense muy bien el recorrido para cronometrarse en el modo de saludo que baja: puede coger dirección ‘Millenium’ en estilo ‘levanto la barbilla y listo’ o dirección Matadero en plan ‘añado más coruñeses a mi lista de amigos’. El tiempo de la caminata no será el mismo, pero saludar hay que saludar. «¡Dióooss!» El próximo día me paro más.