El pedestal sin estatua

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

29 abr 2017 . Actualizado a las 22:28 h.

San Francisco siempre fue la calle del Garufa. Hasta que el Garufa, que resultó ser un pub aerotransportable, se fue a Riazor, al bajo del antiguo Valle-Inclán, aquel cine en el que, junto a la entrada, te daban una fotocopia para que fueses estudiando la película antes de que se apagasen las luces de la sala. Así que ahora el pub de la calle San Francisco ya no se llama Garufa. Primero fue la Casa de las Naufraguitas, que a mí me sonaba a un poema de Neruda o así, y ahora es el Vértebra, aunque todo el mundo en el barrio lo llama «lo de Rodrigo». Rodrigo lo mismo te pone una cerveza que te vende una kokedama, que son esas plantas que se cultivan sobre una bola de musgo.

San Francisco también fue durante años la calle de la tetería, que tenía tanto de tetería como de chamarilería o gabinete de curiosidades. Allí uno se encontraba antiguas bobinas de Telefónica haciendo de mesita de centro o redes y nasas varadas tierra adentro, entre cojines moriscos, lámparas maravillosas y globos terráqueos.

Ya no está tampoco La Madame, que era uno de esos pubs de dos alturas en los que los clientes podían aporrear el piano por turnos. Justo frente a La Madame, ahora cerrada, en el jardincillo que está pegado al muro de la Delegación de Defensa, hay un pedestal que siempre me ha intrigado. Al menos desde los tiempos del Garufa. O incluso desde los tiempos del Tambo, que fue otro local roquero, algo jevirulo por lo que creo recordar, de la calle San Francisco.

En frente de la puerta cerrada de La Madame, donde cuelga el cartel de «se alquila», hay un pedestal sin busto, sin estatua, sin prohombre ni gran benefactor. Cuentan los veteranos del lugar que sobre el pedestal hubo en tiempos una gran cruz de hierro forjado que, víctima de la herrumbre y la intemperie, acabó siendo retirada. El caso es que ahí sigue la peana. Vacante, salvo cuando algún gorrión se posa sobre la piedra para otear el horizonte o buscar hormigas.

A veces, al pasar frente al pedestal, me da por pensar a quién se podría poner allí encima. Por vecindad, lo suyo sería un busto de Sir John Moore. O tal vez de su amada Lady Stanhope, para que al menos pudiéramos reconocer su figura cuando se aparezca de madrugada en San Carlos. O incluso de Rosalía, que fue vecina del barrio y además tiene en el jardín un poema de mármol sobre la tumba de Moore. O de Luis Seoane, que dejó su fundación a solo unos pasos y nos enseñó a cerrar los ojos para ver más lejos. Pero luego, cuando abro los ojos, veo al gorrión sobre la piedra y me doy cuenta de que un pedestal vacío es el mejor símbolo posible de estos tiempos sosos y descreídos. Porque el pedestal vacante de mi calle, San Francisco, es lo más parecido que he visto nunca a aquel esclavo romano que le susurraba al oído a los generales victoriosos: «Recuerda que eres mortal».