Y yo caí enamorada de la moda juvenil

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

27 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando no había redes sociales y la calle Real era el Instagram coruñés había que pasearse sí o sí por allí, si querías que tu imagen quedara fijada en alguna retina. Arriba y abajo, abajo y arriba, el posado no era tan estático como en los selfies de hoy, pero se puede decir que con los años se ha mantenido una tendencia común: que aquí siempre nos hemos movido muy a la moda. Incluso en la época clásica, en aquellos siglos antes de Inditex, el furor por ir a la última nos arrastró a lucir looks que hoy servirían para subirnos a una comparsa de carnaval. En los ochenta hubo un tiempo en que se nos dio por llevar dos jerséis atados -uno a la cintura y otro sobre los hombros- cada vez que poníamos un pie en la calle, pero enseguida las hombreras acabaron por convertirnos a todas en jugadoras de rugbi profesional. Entonces nos moríamos por cualquier lazo de Don Algodón (cuando abrió en Juan Flórez fue una revolución) y nos abrochábamos a Amarras, a los chubasqueros Karhu, y con un poco de suerte nos calzábamos unos náuticos, la auténtica seña identificativa del sport pijo. Aunque la mayor parte de la veces te tocaba achantar con la copia y no con el original, que había que conseguir en la tienda de turno, que aquí El Corte Inglés tampoco había llegado. Era cuando Juan Flórez arrancaba en Carnaby, aquel edificio de varias plantas que nos parecía lo más, y solo había Zara, pero aún no marcaba tendencia y las niñas pasábamos de largo.

En los noventa, con las Converse de colores y los Levi’s por los tobillos, más tarde con las Carhartt como prenda estrella, hasta acercarnos al cambio de milenio -que pisamos con las Art y los pantalones acampanados-, en esta ciudad nos hemos ido mimetizando por temporadas para fijar el estilo coruñés, que se ha definido en esa adaptación tan sport de lo que gusta en pasarela.

Claro que hoy es imposible desligar esos movimientos de Inditex de las minitendencias que se imponen cada fin de semana, que es cuando de repente vuelves a ver a los grupos de adolescentes enfundadas en la novedad, movidas por el mismo reclamo de hace décadas. Es verdad que van más rápido, que compran más, que visten más, que se colocan más para la foto, pero repiten el vaivén arriba y abajo, abajo y arriba, combinadas en los mismos estilismos. Solo hay que verlas andar por la calle Real o la plaza de Lugo, ajustadas en los vaqueros abrochados por encima del ombligo, subidas a esas plataformas Frankenstein y con esas melenas larguísimas y lisísimas dividas simétricamente al medio como Morticia Adams. De lejos parecen otras, pero de cerca te das cuenta de que son las hijas de las niñas de Don Algodón, que van y vienen a dar, como sus madres antes, el mismo paseo de moda.