El neorrealismo viaja en taxi

Antía Díaz CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

24 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

A veces hay que creer. En alguna divinidad, en san Antonio, en la fe de tu tías, en la paciencia de las operadoras, en la buena gente. En los taxistas. En una especie de versión 4.0 de Ladrón de bicicletas, ayer pateé la ciudad como Lamberto Ricci detrás de su bici. Sin un niño de la mano, y en color, y en busca de un teléfono tan inteligente que guarda media vida, y con 30 grados a las cuatro de la tarde.

 El teléfono en cuestión se cayó en un taxi de esos que coges cuando no puedes tener más prisa porque llegas tarde a todas partes. Uno de esos días en los que te tatuarías un «no me da la vida» gigante en la frente. Así empezó la odisea. Primera llamada a una de las compañías de taxis. Amable señorita que pasa el aviso y me dice que llame más tarde. Diez minutos que duran como el viaje en tren a Ferrol. La misma señorita me dice que en su compañía no aparece, que pruebe en la otra. Segunda amable operadora que pasa el mismo aviso a la competencia. Otra eternidad. Y el aparato del demonio sigue sin aparecer. ¿Y si el taxista no tiene emisora?, me dice. El drama. Dando por perdido el chisme, lanzo un mensaje por WhatsApp para que alguien implore a san Antonio en mi nombre. No vaya a ser que una sea una descreída y esté echando a perder la oportunidad de que alguien con más fe encuentre el dichoso aparato.

Mientras el santo tercia, la tercera vía diplomática pasa por ir a la parada más cercana a ver si el taxista desconocido está por allí. No está, claro, pero sí tres compañeros que me explican todo lo que siempre quise saber sobre el taxi pero nunca me atreví a preguntar. A saber: que en dos o tres días el teléfono estará en Objetos Perdidos. Que insista a las emisoras. Que aparece seguro, mujer, y que cómo no sabes el número de taxi. Pues no lo sé, señores, no me da la vida y llegaba tarde y ustedes se hacen cargo. Por el camino, hasta pido la intervención del presidente de Tele Taxi y de Felipe, otro grande del gremio. Será por dar la lata.

Cuarta vía, gracias a mi jefe: localiza el teléfono con tu cuenta de correo. Ahí está: ¡en San Roque de Afuera! Antes de salir corriendo, aparece la quinta vía, gracias al pollo pegadizo: harto de llamadas, el taxista coge el teléfono al fin. Y lo entrega como oro en paño, sin protestar, y sin saber el pobre que hasta san Antonio ha tenido que intervenir para que aquí la prisas recupere su agenda, sus correos, llegue a tiempo a la siguiente actividad extraescolar, entregue esta crónica a su hora y pueda, desde aquí, dar las gracias a Vittorio de Sica, por la parte que le toca, a las dos operadoras, a su tía, a los de la parada de Rubine, al jefe, al pollo pegadizo, a san Antonio y a Ricardo, el bendito taxista, por recorrerse la ciudad.