El caballero del dragón

José C. Alonso

A CORUÑA CIUDAD

25 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

l principio, impresionaba. Su porte infundía un gran respeto. Su voz grave y su aspecto aguileño le ayudaban a mantener las distancias. Pero en la conversación con D. Antonio Roura había algo que animaba a repetir. Así, con el trato paulatino, se alcanzaba a comprobar el gran tamaño de su corazón de sacerdote. Hubo una época en la que el retrato de la Iglesia en A Coruña se componía, como mínimo, con el Abad de la Colegiata, un padre jesuita y el párroco de San Jorge.

Llamaba la atención el tono alto de su formación humana, cristiana e intelectual. Las aulas de la Grande Obra de Atocha, junto a su propia  familia, sentaron las bases de las virtudes humanas que atesoraba: sinceridad, generosidad, laboriosidad, etc. Los estudios en Roma, complemento a la preparación del Seminario de Santiago, labraron en él un espíritu universal, tan acorde con el «nadie es forastero» de los coruñeses. Cuando conoce el Opus Dei, redescubre su sacerdocio: cada pequeño detalle podía agradar a Dios y ayudar a los demás.

La predicación de Antonio Roura también ha dejado huella. Su buena y cuidada oratoria, así como las abundantes horas dedicadas a atender confesiones en San Jorge, indicaban que el bien espiritual de las personas le importaba tanto como los bienes que su Cáritas parroquial impulsaba. Al abrigo de sus consejos y su buen ejemplo, crecieron muchas vocaciones: sacerdotes, monjas, matrimonios, etc.

AAmaba a esta ciudad. No solo de forma sentimental o con morriña; porque él nunca separó fe de historia. Por eso soñó con una imagen de la Virgen del Carmen para el puerto de A Coruña. Apoyó las procesiones. Cuidó el trato con las instituciones ciudadanas (el Ayuntamiento, a un paso). Trabajó en vanguardia, con sus feligreses, la aplicación del Vaticano II y el Concilio Pastoral de Galicia. Contrario a todo clericalismo, empezó la Escuela de Teología para seglares y arregló con primor un templo de referencia en la Ciudad Vieja.