Federico García Lorca en A Coruña: cien años después

Pedro Feal Veira TRIBUNA ABIERTA

A CORUÑA CIUDAD

16 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En el presente año se conmemoran ochenta de la muerte de Federico García Lorca, asesinado al alba del 18 de agosto de 1936 en los alrededores de Granada. Pero también es ocasión de otra efeméride más grata, la del centenario de la primera visita del poeta a Galicia y a la ciudad de A Coruña, efectuada en viaje de estudios con su profesor Domínguez Berrueta a finales de octubre de 1916, según indica Ian Gibson (Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca; página 80).

Federico, que al parecer vio el océano Atlántico por primera vez en esta visita, recogió sus sensaciones en un texto, inédito hasta finales del siglo XX, titulado De Santiago a Coruña. En él muestra su excitación ante esa primigenia contemplación marina: «¡El mar! ¡El mar!... verde muy verde esmeraldino con espumas? El agua se estrella contra los riscos de la costa levantando polvo blanco. Se ve al aire pasar por encima del agua. Ésta al sentirse acariciada tiembla de placer». Y un poco más adelante, da cuenta, de modo impresionista, de su visión de la ciudad herculina: «Ya estamos en Coruña. La ciudad es lindísima. Muchos jardines, calles alegres. Las casas con miradores de cristales. Mucha vida. Movimiento. Trabajo. En el puerto, las barquillas agrupadas se besan unas a otras a impulsos del agua, tan pastosa que parece jarabe... En la casa del comandante se oye un piano. Sus notas llegan a mí confusas? me acerco ansioso. Es un aire popular? ‘vámonos, vámonos’ y caminamos a la torre de Hércules. Es cuadrada, altísima, está desafiando al mar. Éste enfurecido la salpica de espuma fuertemente. El aire me arrulla?» (Obras completas, tomo IV -Primeros escritos- Edición de M. García Posada, Barcelona 1997).

El mar y la ciudad, por tanto, deslumbran al joven artista. Tiene tan solo 18 años, aún no es famoso y destaca más como pianista que como poeta. Pero no solo eso. Estos dos elementos le servirán, un año después, de inspiración para la composición de uno de los capítulos más líricos de su primer libro, Impresiones y paisajes, editado en 1918. Se trata del titulado Romanza de Mendelssohn, en el que no se cita expresamente a A Coruña, pero cuya relación con su estancia en esta ciudad es palpable y fue demostrada por el que suscribe en un artículo publicado en La Voz de Galicia el 17 de junio de 1998. Aparte del piano al que se alude en las notas inéditas anteriores, ha de notarse que el único contacto probado de Lorca con la costa y el mar se había producido hasta el momento aquí, precisamente, en A Coruña. Véase como muestra este botón literario: «Quieto está el puerto. Sobre la miel azul del mar las barcas cabecean soñolientas. A lo lejos se ven las torres de la ciudad y las pendientes rocosas del monte (?). De un piano lejano llegó la romanza sin palabras? Romanza maravillosa llena del espíritu romántico del 1830? Llegaba sobre el puerto la música envolviéndolo todo en una fascinación de sonido sentimental. Las olas encajonadas caían lamiendo voluptuosamente las gradas del embarcadero? Sobre las aguas verdes y plomizas pasó una barca blanca como un fantasma al compás lento de los remos». (Impresiones y paisajes, O. C. tomo IV, página 162)

Como hice notar en aquella ocasión, el puerto de A Coruña (en concreto, su dársena pesquera) aparece en este texto sublimado, idealizado, al igual que la melodía pianística descrita en él (pasando de «un aire popular» en las notas manuscritas a «una romanza de Mendelssohn» en el libro). Pero no cabe duda de la raíz gallega (va a continuación del capítulo Un hospicio de Galicia) y coruñesa (mar, puerto, piano?) de la inspiración lorquiana de las líneas citadas.

El gran poeta universal, cuyo terrible asesinato hace ahora 80 años lamentamos, fue, después de aquella visita, un gran enamorado de Galicia, a la que volvió en numerosas ocasiones, llegando incluso a escribir, con ayuda del ferrolano Ernesto Guerra da Cal (según Ian Gibson) los célebres seis Poemas galegos, y manteniendo, entre otros, profunda amistad con el coruñés Carlos Martínez Barbeito en los años treinta, cuando Lorca ya gozaba de fama y reconocimiento mundiales. Pero no debemos olvidar que los orígenes de esta inclinación se hallan en esta primera e inspiradora estancia de 1916.