Espectros entre la niebla

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

20 sep 2016 . Actualizado a las 12:38 h.

Al turismo de masas le han vendido la idea de que Londres vive bajo una niebla perpetua que cubre los callejones en los que Jack el Destripador hacía sus incursiones nocturnas. Pero luego vas a Londres y resulta que la única niebla que se atisba es la que emana de las pintas de stout, densa como los dos dedos de espuma que exigen los expertos en trasegar Guinness.

Donde vamos sobrados de niebla es en A Coruña. Y no precisamente en invierno, como sugieren las leyendas, sino en este verano que ahora agoniza. Porque en la ciudad, contra todas las leyes de la lógica, la niebla asoma justo cuando más calor hace y los indígenas ya no podemos más y pedimos a los cielos clemencia.

Niebla en A Coruña
Niebla en A Coruña PACO RODRÍGUEZ

La niebla coruñesa aparece siempre por el monte de San Pedro y luego va bajando, lenta pero implacablemente, sobre los Rosales hasta que se deja caer por Riazor y el Orzán. Hay muchos días en que uno va sufriendo el sol en el cogote en los Cantones y, nada más girar en una calle hacia el mar, se encuentra con que la ciudad ha desaparecido. Simplemente A Coruña ya no está. Solo queda un delgado hilo urbano desde la calle Real hacia los Castros porque el resto, a ambos lados, se lo ha engullido un blanco denso, obstinado e irreal.

Cuando al coruñés la bruma lo deja sin ciudad lo que más le preocupa no es la ciudad en sí misma, porque ya puestos, se inventa otra en un par de minutos. Lo más grave e intolerable es que la niebla lo deja literalmente sin norte. Porque al nativo le borras la torre de Hércules y se queda desnortado, y no es raro verlo deambular sin rumbo por el centro, perdido en sus propias calles como si fuera un guiri de trasatlántico al que le ha levantado el viento su mapa callejero.

A Coruña con niebla, sin Torre, sin norte, es una ciudad imaginaria porque uno ya no sabe qué se va encontrar al doblar la próxima esquina. Además, como ya decía Ánxel Fole en sus Contos da néboa, la niebla pare fantasmas. Claro que eso también lo sabía Álvaro Cunqueiro, que siempre que venía a la ciudad, además de dejarse arropar por los vapores y brumas de los vinos y nécoras de la calle de los Olmos, se acercaba de noche al jardín de San Carlos. Creía, y así lo escribió muchas veces, que el espectro de Lady Stanhope se aparecía de madrugada junto al sepulcro de su amado sir John Moore.

También advertía Cunqueiro a los coruñeses de que al pasear por el jardín de San Carlos tuviesen mucho cuidado de no pisar la neblina que a veces se posa sobre la tierra, entre los negrillos y el balcón que regala las mejores vistas de la ciudad. Porque esa neblina que no debemos pisar no es niebla, sino el fantasma errante de Lady Stanhope.