Setenta metros de historia

mONTSE CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

NOELIA REY

Pintadas y abandono dejan sitio a un aparente resurgir de negocios y rehabilitaciones

08 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Dice un vecino de la calle del Ángel que en estos 70 metros que ascienden desde el teatro Rosalía hasta la iglesia de San Nicolás se encuentra uno de los puntos mágico-telúricos del planeta, «como Stonehenge o San Andrés de Teixido», aunque tampoco aquí existen pruebas del prodigio. La concentración de historia que se acumula en tan breve trecho es en todo caso extraordinaria.

Aquí se encuentra el primer edificio coruñés destinado a oficinas, proyectado en 1926 por Eduardo Rodríguez-Losada con maneras de la Escuela de Chicago; también se encuentra la fachada más estrecha de la ciudad, del ancho del portal, que da acceso a un edificio con frente a la Franja a través de una escalera laberíntica e improbable; el primer cíber, en la casa centenaria que cierra la calle; el bajo que acogió la primera tienda de discos, Bambuco, meca de aficionados e instrumentistas -parte de la polea de la que se servían para mover los pianos sigue allí, en la esquina con la Florida-, un callejón sin salida que bien pudiera formar parte de una venela y conserva el pavimento y las trazas de la Pescadería original, y ya en la parte baja y según a quién se le pregunte, aparece el mejor caldo de la historia de A Coruña, sustento de nativos y de las compañías de teatro que venían al Rosalía y corrían la voz del cocido del Tanagra entre los cómicos de toda España. Por si fuera poco, el catedrático de Historia del Arte Alfredo Vigo Trasancos sitúa en la calle del Ángel una mansión barroca de estilo compostelano como pocas había en la época.

Las ruinas

Pero la historia tiende a ocultarse y la capa de arriba alterna muros centenarios pintarrajeados, olores de fuentes variadas y la luz de los obradores de La Gran Antilla, pastelería protegida, al otro lado de un portalón. En el tramo siguiente, entre la Franja y los escalones que suben a San Nicolás, la calle se endereza y muestra lo peor y lo mejor del lugar. De lo segundo habla Julio Mitchell, recién llegado a la esquina, hace menos de un mes, al frente de un negocio de hostelería que trata de ahuyentar los coletazos de las malas prácticas que afectaron a la zona en los últimos tiempos. «Están empezando a cambiar las cosas», dice. Solo unos pocos metros más arriba otro hostelero habla sin rodeos del «modelo marisquería para guiris que acabó espantando a los de fuera y los de aquí».

Luego están los portales. Uno de ellos pertenece a una casa rehabilitada «con pisos de 60 metros alquilados a 900 euros. ¡Pero adónde van! Así piden lo que piden por los bajos, 5.000 euros ahí adelante, cerca de María Pita, 35.000 por un traspaso de un local de 35 metros», revela un vecino. Enfrente, un bajo tras otro, todos vacíos, un restaurante de cocina de fusión con 15 días de vida y, antes del cíber copistería, la decadencia de una casa tapiada que esconde en su interior cinco años de vida salvaje. «En la casa de atrás flipan con lo que ven».