Veranos azules en la playa de Riazor

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

30 jun 2017 . Actualizado a las 13:37 h.

Seguramente llovía tanto como llueve ahora. Fijo que los días se torcían con la misma frecuencia que lo hacen en la actualidad. Y no cabe duda de que aquellos meses estivales no eran tan idílicos como los vemos desde el 2017. Pero lo cierto es que, desde esa mirada granulada del recuerdo, en aquellos veranos de los ochenta en Riazor siempre lucía el sol.

Imagen de Riazor con la antigua piscina
Imagen de Riazor con la antigua piscina ALBERTO MARTI VILLARDEFRANCOS

Entonces aún no éramos nuevos ricos, mirando por encima del hombro a nuestro arenal urbano. Tampoco ironizábamos sobre la arena-pedrolo y sus gélidas aguas. Era lo que había. Más allá del Pasaje solo se iba el fin de semana. En Riazor transcurrían las tardes de diario. Subiéndonos a las barquitas varadas en la arena. Buscando cangrejos entre las rocas con trueiros. Haciendo dócilmente la digestión en la toalla, mientras veías como, al lado, ese niño chulito se la saltaba y se metía en el agua. «¿Ves mamá? No pasa nada!». Ni caso.

En Riazor se respiraba aire de playa popular. De latas azules de Nivea, bocata de chorizo sudado por el calor y bañadores azules con raya blanca lateral. La gente se bronceaba temerariamente. Algunos se echaban aceites. Otros, la crema de zanahoria. Después apareció la de té. Cada verano una nueva moda. Todo mientras tocaba la campana el vendedor de barquillos. Arriba, subiendo las escaleras que separaban la discoteca Playa Club de los Arcados, esperaba el carrito de la Ibense. Se vendían unos cucuruchos para niños, mínimos, de 25 pesetas. Pedían por ti: «De mantecado para el niño». Tú querías el Frigo Dedo, claro. Pero no. Ese era el que le compraban al chulito que no hacía la digestión.

Tenía Riazor fama de peligrosa. Era cierto. A poco que te metieras, el agua te llegaba al cuello. En el Orzán, la vecina, aún era peor por el oleaje. Pero existía hacia el lado de las Esclavas lo que se conocía como la piscina. Un dique de abrigo que dejaba el agua casi inmóvil y sin riesgos. Los padres, tranquilos. Los niños, seguros. Hasta que empezabas a ver flotando por el agua residuos de lo más variopinto. Mejor no ser explícitos con eso. No vaya a ser que el lector esté aún desayunando.

A medianos de la década la cosa se fue sofisticando. Ponían música por la megafonía. Nos bañábamos al ritmo del Bolero Mix. Nos sentíamos súper modernos. A veces, los ruidos provenían del Playa Club. Te acercabas y resulta que estaban ensayando allí los Black Tears, que cantaban en inglés pese a ser 100 % coruños. Incluso hubo un verano en el que hubo un McDonalds. Los bañadores cambiaban. El chulito lucía unas bermudas por debajo de la rodilla. En las mujeres ocurría lo contrario: cada vez era más frecuente llevar el pecho desnudo. Se acercaban los noventa. Y con ello la adolescencia. Molaba más ir a Bastiagueiro con los colegas. Eso sí, tú ibas en bus. El chulito lo hacía en vespino.