Los soportales son para el verano

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

18 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Tal vez hubo un tiempo en que los soportales cumplieron con la función de protegernos de la lluvia. Quizás incluso en nuestro siglo haya días de invierno en los que busquemos el refugio de los arcos de María Pita para resguardarnos del agua. Son esas contadas y hermosas tardes de enero en que al cielo de A Coruña le da por llover en horizontal. Hasta las goteras caen atravesadas, desafiando la ley de la gravedad y varias ordenanzas municipales.

Pero ahora, con tanto cambio climático y el termostato enloquecido, los soportales son para el verano. Para dar cobijo al rostro pálido coruñés, que a más de 25 grados pide un gotero de cerveza en vena porque se le fríen las neuronas y pierde el norte.

Por supuesto, en A Coruña no solo hay rostros pálidos. También hay coruñeses torrefactos, que buscan la parrilla más despiadada para calcinarse a gusto bajo el sol. Hay un recodo entre las piscinas de la Solana donde solo los más osados se atreven a pillar tumbona. He visto secaderos industriales de embutidos mucho menos agresivos que ese paraje desolado donde apenas se entrevén pieles amojamadas y melanina on fire. Por no hablar del paredón implacable de la playa del Matadero, que por algo se llama del Matadero, y de algún rincón tropical de los Cantones que hace que el Sáhara nos parezca la lluviosa Inglaterra.

Está muy bien invocar el espíritu de Galifornia, pero como A Coruña se nos vaya a los 40 grados, cualquier día el difunto sir John Moore agarra la puerta del jardín de San Carlos y se vuelve a Escocia.

Los que sabemos que no se puede ser anglófilo a 40 grados -salvo que estemos hablando de los grados de la ginebra, claro- nos recreamos contemplando las nubes orondas y espléndidas, que sobrevuelan A Coruña como desnudos de Rubens para dejarnos unas tardes británicas y tibias. Justo como una pinta de stout bien tirada.

Por eso, en los escasos mediodías hostiles del verano, cuando el termómetro se descerebra y los yonquis de los rayos UVA buscan su dosis a la hora que más duelen las calvas y los escotes, los rostros pálidos nos escondemos en el frescor húmedo y acogedor de los soportales. Porque somos muy conscientes de que la sombra -y no el iPhone- es el mayor hallazgo de la historia de la humanidad.

Si el alérgico al calor mide sus pasos, puede ir de la Ciudad Vieja a las Catalinas a cubierto, sorteando los letales rayos del sol al amparo de los soportales de Puerta Real, María Pita, San Agustín, Papagayo, Zalaeta, Orzán y, al fin, Riazor. Y en caso de emergencia se baja a la habitación del pánico: en el párking subterráneo estamos a salvo de fotones. Será por párkings.

El inquilino de las sombras coruñesas ha leído Drácula. Y sabe que por algo los vampiros, que nunca se exponen al sol, son inmortales.